viernes, 7 de julio de 2017

LA MUERTE, COMO LIBERACIÓN DEL ESPÍRITU, EN ALGUNOS POEMAS DE JOSÉ ASUNCIÓN SILVA

En el modernismo se da una solución al problema de qué es lo que sucede con la persona una vez muere; el modernista sabe qué pasa con la muerte, ya que es el estado de plena felicidad o el nirvana; el alma abandona el frágil cuerpo, sueña con lo santo y lo infinito consiguiendo así la vida una continuidad en la muerte. Dentro de las formas de expresión del modernismo se encuentra la presencia de la muerte fuera del peso católico; se apartan de ese espíritu del poeta del siglo XIX en el cual la muerte no es un momento donde se enjuicia, sino un viaje.  

El poeta José Asunción Silva (1865-1896): “suele considerarse como un precursor del modernismo hispanoamericano.” (Camacho, 1978, p.58). Dentro de algunos de sus poemas se encuentra la presencia de la muerte como liberación del alma de quien muere y la tristeza de quien pierde a ese ser amado; en este concepto de muerte se halla la relación con el modernismo, en el cual, la muerte no está regida por el peso del juicio, sino que se convierte en el descanso eterno; es un estado placentero. La vida se transforma en un peso del que hay que huir; es una época en la que quien no pertenece a la burguesía, se siente rechazado por una sociedad moderna: “Silva rechazaba el presente, y la condena que hace de la “realidad”, son generalizaciones del conflicto con su circunstancia inmediata, en ese ambiente confuso y convulsionado, mezcla de arcaísmo y modernidad, del fin de siglo.” (Camacho, 1978, p. 197). Ante esa sociedad cerrada y hermética, el poeta busca otro sentido en un más allá:

Silva no era un reaccionario, como muchos lo piensan; su actitud era antiburguesa. Por ello, perdió su posición social y económica. Por otro lado, era la doble moral de nuestra sociedad sagrada y asexuada públicamente. En algunos de sus poemas, el poeta se pregunta por el destino del hombre después de la tierra, duda de la fe y pregunta más a la naturaleza que a la divinidad, afirma que el hombre es el que transforma la naturaleza y no la divinidad. (Ayala, 1984, p. 118)

Existe en la poesía de Silva una rebeldía frente al cristianismo porque no se aceptan sus dogmas; ya no es un dios quien define el destino del hombre después de la muerte, sino que la muerte se convierte en otro estado de la vida misma, el estado de la libertad absoluta; hay placer en la muerte que está estrechamente relacionado con la naturaleza: “El mundo de Silva es el de los muertos, la luna y las ‹‹húmedas neblinas.›› Ese mundo en que ‹‹el alma abandona el frágil cuerpo y sueña con los santos y lo infinito››.” (Cobo, 1992, p. 125). Los poemas tienen un carácter religioso al hablar sobre el alma, pero no se encuentra dentro de la religión tradicional, sino se buscan nuevas soluciones al problema de lo que sucede después de la muerte, incluso desde la metafísica; en la última sección llamada “Cenizas”, de El libro de versos, escrito por Silva, se encuentran ocho poemas que tienen como temática central la muerte: “Lázaro”, “Luz de luna”, “Muertos”, “Triste”, “Psicopatía”, “Don Juan de Covadonga”, “Día de difuntos” y “Las voces silenciosas”. “Y, por último, “Cenizas”, en donde se concentran los poemas más pesimistas, cuyo tema es, en casi todos, la degradación de la vida o la muerte.” (Cobo, 1992, p.132). Dentro de los cuales se encuentra ese choque entre la realidad y lo que se desea logrando la liberación en otro plano distinto a la vida. En el poema “Lázaro” se describe lo que ocurre después de que el Salvador resucita a este personaje bíblico:

Ven, Lázaro! gritóle
El Salvador, y del sepulcro negro
El cadáver alzóse entre el sudario,
Ensayó caminar, a pasos trémulos,
Olió, palpó, miró, sintió, dio un grito
Y lloró de contento.

Cuatro lunas más tarde, entre las sombras
Del crepúsculo oscuro en el silencio
Del lugar y la hora, entre las tumbas
De antiguo cementerio
Lázaro estaba sollozando a solas
Y envidiando a los muertos.

En esta primera parte del poema, Lázaro es resucitado de su muerte; él busca todos los placeres a través de los sentidos, pero con el trascurrir del tiempo se desencanta de la vida porque ya ha hecho todo lo que le permite su cuerpo y desea la muerte como fin a su desdicha, envidia a los muertos y su descanso frente a lo banal del mundo. Hay una burla directa hacia la religión católica frente a la resurrección, ya que con qué fin se despierta a quien está muerto para traerlo de nuevo a un mundo que tarde o temprano lo va a hartar. Pero ¿qué puede hacer Lázaro para remediar su suerte? En el poema “Luz de luna” se empiezan a dar luces frente a una posible solución para una vida desdichada, ya sea por insatisfacción de la misma o por el dolor que se siente frente a la pérdida de quien se ama; la amada pierde a su amado al morir este y se describe la muerte como “El último sueño de que nadie vuelve / El último sueño de paz y de calma” es decir, quien muere contrario con lo que ocurre con Lázaro, no puede resucitar o volver del estado en el que se encuentra, un estado en el que no hay sufrimiento porque se está en paz y calma, pero ¿qué sucede con quien está vivo y pierde a su amado? El poema propone que quien ama debe volver al alma de su querido, ¿de qué forma? Si el muerto no puede regresar, el vivo es quien tiene que ir a ese lugar y solo lo puede lograr a través de la muerte, es decir, del suicidio como liberación, así el amor permanece constante más allá de la muerte; en el caso de Lázaro, por medio de volver a morir encontraría la solución a su desencanto de la vida:

El dramático choque entre el yo y el mundo. Entre lo subjetivo y la realidad que lo circunda. ¿Cuál era el resultado? Casi siempre una evasión hacia la soledad, hacia el más allá, dejando atrás “la vida normal”. O una confrontación terrible que conduce a la desesperación, la angustia, y de allí al suicidio, acentuando su pathos sentimental. No la razón y las ideas. Sí el corazón. (Cobo, 1992, p.127)


La desesperación, producto también de la añoranza del pasado, se da en el poema “Muertos” en el cual se sufre por lo que se ha ido, por el pasado, por la ausencia de quien ya no está: “Y un color opaco y triste / Como el recuerdo borroso / De lo que fue y ya no existe.” Producto de la soledad que se siente ante la pérdida de quien en otro tiempo “endulzó horas futuras.” Ese dolor constante, provocado por la ausencia de quien se ama, se reitera en “Triste”: “Saca recuerdos perdidos / De angustias y desengaños / Que tienen ocultos nidos / En las ruinas de los años.” La vida se convierte en un cúmulo de añoranzas, en una desear constante hasta que “alguna lejana, idea consoladora” asoma en la mente: “En su lenguaje difuso / Entabla con nuestros duelos / El gran diálogo confuso / De las tumbas y los cielos.” La solución a las penas que se tienen en la vida se encuentra en las tumbas y en los cielos, es decir, en la muerte, aunque todos sabemos que llegará tarde o temprano, en los casos de tormento grave, solo se logra con el suicidio; el poema “Psicopatía” muestra, cómo el razonar de un filósofo sobre la vida, la muerte y las causas finales, solo produce dolor; estos pensamientos llevan a la persona a sufrir una enfermedad del alma; esta quiere liberarse de ese cuerpo pálido, descuidado, soñoliento, triste, serio y que viste de luto; en algunos casos esta enfermedad llamada pensar se cura con ejercicios o un tiempo de reposo, pero en casos graves solo con la muerte como en el caso de algunos filósofos que bebieron cicuta o fueron quemados en la hoguera:

Pero el joven aquél es caso grave,
Como conozco pocos,
Más que cuantos nacieron piensa y sabe,
Irá a pasar diez años con los locos,
Y no se curará sino hasta el día
En que duerma a sus anchas
En una angosta sepultura fría,
Lejos del mundo y de la vida loca,
Entre un negro ataúd de cuatro planchas,
Con un montón de tierra entre la boca!

La muerte, como liberación del alma, llega así a un estado de plena felicidad o Nirvana en el que no se desea nada; ya no hay una pérdida del sentido de la vida producida, entre otras razones, por los excesos como sucede en “Don Juan de Covadonga”, en el cual Don Juan, después de haber amado, odiado y logrado todo, siente un sinsentido de la vida al haber hecho todo lo que deseó en exceso; busca consuelos superiores en un dios, pero al consultar a su hermano se da cuenta que este, a pesar de estar en un monasterio rezando todo el día, también siente angustias indecibles y sueña con descansar un poco; Don Juan de Covadonga ansía la quietud de los muertos.

En el poema “Día de difuntos” hay una crítica ante el olvido de las personas que se han amado y mueren, similar al que se hizo en el poema “Luz de luna”; aquí se habla sobre las campanas plañideras que le hablan a los vivos de los muertos, el recuerdo constante de la muerte, el no poder olvidar lo que se ha perdido a pesar de que los placeres de la vida y el paso del tiempo inviten al olvido; se vuelve en la vida todo jocoserio e irónico, hay una ambivalencia entre la muerte y la vida, cada una con sus características. Con el poema “Las voces silenciosas” se cierra el capítulo de poemas “Cenizas”, allí se le habla a las voces silenciosas de los muertos rogándoles que en la hora final de ese yo lírico no le permitan regresar al pasado oscuro, sino llegar al nirvana, hacia arriba, a esa playa donde el alma arriba.

En conclusión, en los poemas de “Cenizas” se plantea la muerte como liberación del alma, es decir, la liberación de un cuerpo que necesita todo el tiempo distintas formas de placeres para poder satisfacerse y, sin embargo, nunca lo logra porque siempre va a estar anhelando algo que ha perdido en el pasado; el único lugar donde el alma puede descansar es en el Nirvana, en el más allá, que en casos desesperados se logra adelantando la muerte a través del suicidio.

  
BIBLIOGRAFÍA

Ayala, F. (1984). Manual de literatura colombiana. Cali: Editorial Prensa Moderna.

Camacho, E. (1978). Sobre literatura colombiana e hispanoamericana. Bogotá: Editorial Andes.

Cobo, J. (1992). El poeta José Asunción Silva en Gran enciclopedia de Colombia – Literatura. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.

Quintero, R. (1996). Centenario Silva 1896 / 1996. Bogotá: Banco de la República.


LO TRÁGICO EN MARÍA, DE JORGE ISAACS

Lo trágico en la novela María, (1867) de Jorge Isaacs (1837), se presenta en la separación fatal de los amantes Efraín y María; al morir María,  por una enfermedad heredada de su madre, hay un final desdichado:

La historia de María y Efraín, en su más elemental sentido anecdótico, es simplemente la historia de dos adolescentes sometidos a un destino que les es contrario y que, minuto a minuto, los lleva, por caminos que ellos no pueden prever, al encuentro con la separación final a la muerte de María. (Mejía, 1988, p. 5)

Lo trágico es una característica de algunas obras literarias, dentro de las cuales se presentan conflictos  que mueven a compasión y espanto, los personajes ya sea producto de una pasión o el destino se ven conducidos a un desenlace funesto. “A diferencia de la tragedia moderna, la griega  no abocaba forzosamente a un final desdichado.” (Bowra, 1968, p.173). María es una novela representativa del romanticismo colombiano, la melancolía y la separación de los amantes son algunas de las características propias de este movimiento que permiten encontrar en varios momentos durante la novela lo trágico: “El ideal romántico se desarrolla en la novela a partir del amor imposible de los protagonistas.” (Álvarez, 2008, p.10). Se hace necesario que los amantes se encuentren finalmente con la muerte para que se dé la tragedia, ellos deben  luchar contra el tiempo porque la muerte persigue a María desde niña. Destino y acción son los elementos que determinan que el amor de ellos se transforme en muerte:

Estas dificultades para establecerse como pareja por medio del matrimonio provienen de los misteriosos designios de un destino implacable e incomprensible: una enfermedad heredada, un diagnóstico errado, una solución equivocada a pesar de la buena fe con que la propone el padre de Efraín, todo aquello personificado en el ave negra que aparece de cuando en cuando en presagio de catástrofes y que regresa triunfal a posarse sobre la tumba de María en la última página de la novela. (Mejía, 1988, p. 5)

El Destino marca la acción, establece una líneas que acercan a los personajes a un final trágico en al caso de María. “El Destino, en forma de Rueda de la Fortuna o de Providencia participa de forma importante. Su forma de intervención es fundamentalmente a través de presagios, que preludian un final trágico.” (Conejero, 2005, p. 15). De alguna manera, Efraín y María saben que su amor no se consumará; en las primeras páginas de la novela, el narrador cuenta la fatalidad que estará presente en la obra, similar a los coros que están presentes en algunas tragedias: “ʻLo que ahí  falta tú los sabes: podrás leer hasta lo que mis  lágrimas han borradoʼ. ¡Dulce y triste misión! Leedlas, pues, y si suspendéis la lectura para llorar, ese llanto me probará que la he cumplido fielmente.” (Isaacs, 1993, p. 12). En la primera página de la novela, Efraín reitera el sentimiento fatídico y cuenta lo que ocurrirá durante los siguientes capítulos hasta finalizar la obra:

Me dormí llorando y experimenté como un vago presentimiento de muchos pesares que debía sufrir después. Estos cabellos quitados a una cabeza infantil, aquella precaución del amor contra la muerte delante de tanta vida, hicieron que durante el sueño vagase mi alma por todos los sitios donde había pasado sin comprenderlo, las horas más felices de mi existencia. (Isaacs, 1993, p. 13)

María y Efraín presienten lo que va a ocurrir durante una lectura que hacen de Atala, escrito por Chateaubriand, en el cual describe la despedida de Chactas sobre la tumba de la mujer que amó: “¡Ay, mi alma y la de María no sólo estaban conmovidas por aquella lectura: estaban abrumadas por el presentimiento!” (Isaacs, 1993, p. 35). El presentimiento nefasto se convierte en un dolor profundo en el alma de ellos, al ver un ave negra siente que les canta su desgracia, siendo esta un mal augurio para los deseos que ellos tienen de casarse y así poder consumar su amor: “No sé cuánto tiempo había pasado, cuando algo como el ala vibrante de un ave vino a rozar mi frente. Miré hacia los bosques inmediatos para seguirla: era un ave negra.”  (Isaacs, 1993, p. 37). Luego de que Efraín ve el ave siente un frío profundo en su cuarto, esa impotencia que siente un ser débil ante una fuerza superior que lo abruma sin que siquiera pueda defenderse, justo después de la presencia del pájaro, Efraín se entera por palabras que le dice su padre de que María ha empeorado en su enfermedad siendo esta una primera “coincidencia” entre la aparición del ave y el deterioro de la salud de María.

Pero esta relación, como ya lo hemos mencionado, está minada de base por una ‘fuerza mayor’ difícil de precisar y que obliga a la pareja a debatirse entre la mutua atracción y el forzado rechazo, la somete a la dialéctica de llama e insecto. (Mejía, 1988, p. 19)

Efraín y María son como una especie de héroes que luchan para poder estar juntos, llevan encima el peso de un amor que no se consolida por múltiples factores, en el caso de María, por su enfermedad: “Medía toda su desgracia: era el mismo mal de su madre, que había muerto muy joven atacada de una epilepsia incurable. Esta idea se adueñó de todo mi ser para quebrantarlo.” (Isaacs, 1993, p. 36). Y en el caso de Efraín, el tener que hacer una carrera en Europa y aceptar todo lo que sus padres le impongan hace que se aleje de María; un destino que se vuelve rígido para ellos porque no pueden romper las reglas familiares y sociales:
-Y yo tengo cosas muy tristes que decirte, continuó después de unos momentos de silencio; tan tristes, que son las causa de mi enfermedad. Tú estabas en la montaña… Mamá lo sabe todo; y yo oí que papá le decía a ella que mi madre había muerto de un mal cuyo nombre no alcancé a oír; que tú estabas destinado a hacer una bella carrera; y que yo… ¡ah, yo no sé si es cierto lo que oí…ǃ, será que no merezco que seas como eres conmigo. (Isaacs, 1993, p. 40)

En este sentido, el héroe que se representa en Efraín es aquel que aunque presienta que se avecina el fin del mundo como lo conoce (la muerte de María), lucha por lograr la realidad que él quiere (casarse y estar junto a María); no se adapta a ese nuevo entorno que le ha sido impuesto; es más fuerte el amor por sus ideales y por los valores que él ha escogido para su vida, ya que solo así encuentra un sentido para esa existencia que le ha sido arrebatada por designios superiores a él en una demostración mágica de poder:
Comprendiendo mi padre todo mi sufrimiento, se puso en pie para retirarse; mas antes de salir se acercó al lecho, y tomando el pulso de María, dijo: -Todo ha pasado. ¡Pobre niña¡ Es exactamente el mismo mal que padeció su madre. (Isaacs, 1993, p. 36)

 Un destino que busca separar a Efraín y María en el cual ellos no comprenden por qué a ellos, no se observa el autor del destino que les es dado; solo el héroe presiente lo que va a ocurrir así no lo acepte; este tipo de amor trágico también se presenta en la obra Romeo y Julieta, de William Shakespeare, en la cual mueren sus protagonistas sin poder estar juntos; en esta tragedia el coro relata lo que ocurrirá durante el texto, marcando un destino de muerte:
Dos familias de idéntico linaje; una ciudad, Verona; lugar de nuestra escena, y un odio antiguo que engendra un nuevo odio. La sangre de la ciudad mancha de sangra al ciudadano. Y aquí, desde la oscura entraña de los dos enemigos, nacieron dos amantes bajo estrella rival. Su lamentable fin, su desventura, entierra con su muerte el rencor de los padres. El caminar terrible de un amor marcado por la muerte, y esta ira incesante entre familias que sólo conseguirá extinguir, centrarán nuestra escena en las próximas horas. (Shakespeare, 1988, p. 1)

Shakespeare expresa lo que ocurre en su época a través de la tragedia isabelina, logrando entender a ese ser humano que siente horror por las calamidades y la muerte, a ese humano que se encuentra en desequilibrio entre el bien y el mal; la tragedia está en el descontrol de sus actos y de su destino, en el cual no tiene un control absoluto luchando entre la buena y la mala fortuna:
Shakespeare aparece, por el contrario, en la escena mundana; una sociedad orgullosa se reconoce en sus agigantadas figuras. El ser humano muéstrase ocupado en sus posibilidades y en sus riesgos, en su grandeza y en su pequeñez, en su humanidad  y en su satanismo, en su nobleza y en su bajeza, en su júbilo por la dicha de vivir y en su horror por las calamidades y el aniquilamiento de la vida, en su amor, en su generosidad, en su franqueza y en su odio, su estrechez y su ceguera – y todo en su plenitud: en la insolubilidad de sus problemas, en el descalabro final de sus realizaciones, sobre un fondo de ordenamientos favorables y del impasible y evidente antagonismo del bien y el mal. (Jaspers, 1960, p.19)

Romeo y Julieta se aman, pero pertenecen a dos familias que se odian y jamás permitirían que estuvieran juntos, esta intervención de las familias ayude a que se marque la tragedia al convertirse el amor en muerte; en el caso de Efraín y María  pertenecen a una familia que aunque no se oponen de una manera intransigente, sí invitan a Efraín a que espere para casarse con María ya que las emociones fuertes podrían agravar la enfermedad de María y causarle la muerte. El padre de Efraín le dice:
Tú amas a María, y hace muchos días que lo sé, como es natural. María es casi mi hija, y yo no tendría nada que observar, si tu edad y posición nos permitieran pensar en una matrimonio; pero no lo permiten; y María es muy joven. No son solamente éstos los obstáculos que se presentan; hay uno quizás insuperable, y es mi deber hablarte de él. María puede arrastrarte y arrastrarnos contigo a una desgracia lamentable de que está amenazada. El doctor Mayn se atreve casi a asegurar que ella morirá joven del mismo mal a que sucumbió su madre: lo que sufrió ayer es un síncope epiléptico, que tomando incremento en cada acceso, terminará por una epilepsia del peor carácter conocido. (Isaacs, 1993, p. 54)

Para que los protagonistas lleguen a la tragedia y se pueda cumplir el destino que se tiene pactado para ellos es necesario que las acciones de los personajes permitan que se forme la tragedia: “las acciones de los enamorados influyen en el curso de los acontecimientos” (Conejero, 2005, p. 17). Efraín actúa como un héroe moderno, no toma acciones que lo lleven a evitar la desgracia sino decide viajar a pesar de que sabe que la salud de María empeorará, él carga con el peso de su cobardía, de no haber hecho lo suficiente por mantenerla a ella viva, a pesar de los anuncios dados por el cuervo y los cantos hechos por diversos personajes, similar a lo que ocurre con Romeo:
El peso de las acciones con posible vinculación al desenlace trágico recae sobre Romeo, y se manifiesta a través de las reflexiones del fraile sobre su comportamiento; de las palabras de Julieta sobre el progreso de los acontecimientos, de sus acciones, y, sólo en una ocasión, del reconocimiento explícito por parte de Romeo. Las características de su personalidad que colaboran con las disposiciones del Destino y con la influencia negativa de la enemistad familiar son la impulsividad, que predomina sobre la razón. (Conejero, 2005, p. 17)

Efraín y Romeo son los protagonistas de la tragedia al tomar decisiones que llevan el curso de la historia a lo trágico, permitiendo así que se dé en el caso de Efraín la muerte de María y en el caso de Romeo la muerte de Julieta y la de él; Efraín carga consigo el peso de no poder casarse con María, esa ilusión que, aunque en un momento la quiera apartar de él, no puede porque el amor que siente por ella está arraigado en su alma y es correspondido por ella:
¡Primer amor!... Noble orgullo de sentirnos amados; sacrificio dulce de todo lo que antes nos era caro a favor de la mujer querida; felicidad que comprada para un día con lágrimas de toda una existencia, recibiríamos como un don de Dios; perfume para todas las horas del porvenir; luz inextinguible del pasado; flor guardada en el alma y que no es dado a los desengaños marchitarla, único tesoro que no puede arrebatarnos la envidia de los hombres; delirio delicioso… inspiración del Cielo… ¡María! ¡María! ¡Cuánto te amé! ¡Cuánto te amara! (Isaacs, 1993, p. 13)

La tragedia se desarrolla como una imposibilidad, los amantes no pueden estar juntos, ni consumar su amor porque María trae consigo un destino de muerte heredado por su madre que se agrava por la partida Efraín ya que decae el ánimo de ella al sentir que lo pierde; María por medio de un canto le anuncia a Efraín que la única manera de que ella continúe con vida es que él se quede a su lado: “Ven conmigo a vagar bajo las selvas donde las Hadas templan mi laúd; ellas me han dicho que conmigo sueñas, que me harán inmortal si me amas tú.” (Isaacs, 1993, p. 83). Efraín tiene claro que María lo ama y que cuando él se vaya, ella caerá enferma, pero él decide viajar a Europa y esperar a casarse con ella a su llegada; él sabe que ella puede morir durante ese tiempo y toma la decisión de alejarse; Tiburcio le reitera la importancia de no esperar para consolidar el amor con María: “Al tiempo le pido tiempo y el tiempo tiempo me da, y el mismo tiempo me dice que él me desengañará.” (Isaacs, 1993, p. 201). Anuncios dentro de la obra por medio de cantos de lo que sucederá, no hay escape de ese destino.

Durante la novela hay un juego tortuoso de acercar y alejar a los amantes; por momentos sienten que podrán estar juntos para siempre y en otros que ya no será así: “¡Mañana, mágica palabra la noche que se nos ha dicho que somos amados! Sus miradas, al encontrarse con las mías, no tendrían ya nada que ocultarme; ella se embellecería para felicidad y orgullo mío.” (Isaacs, 1993, p. 32). Esa constante entre amor y muerte hace trágico la historia al igual que en Romeo y Julieta; ellos desean que su vida sea el amor, pero el destino les tiene esperada la muerte; Efraín recibe las cartas de María en las cuales le solicita que regrese al Valle del Cauca cuanto antes para que ella no muera: “La noticia de tu regreso ha bastado para volverme las fuerzas… Yo no puedo morirme y dejarte solo para siempre.” (Isaacs, 1993, p. 225) Pero por más que Efraín corre y no descanse durante todo su viaje no logra llegar, para encontrar viva a su amada y todo su mundo es transformado en un infierno:
Púseme en pie para colgarla de la cruz y volví a abrazarme del pie de ella para darle a María y a su sepulcro un último adiós. Había yo montado y Braulio estrechaba en sus manos una de las mías, cuando el revuelo de una ave que al pasar sobre nuestras cabezas dio un graznido siniestro y conocido para mí, interrumpió nuestra despedida; la vi volar hasta la cruz de hierro, y posada ya en uno de sus brazos, aleteó repitiendo su espantoso canto. Estremecido, partí a galope por en medio de la pampa solitaria, cuyo vasto horizonte ennegrecía la noche. (Isaacs, 1993, p. 250)

María termina con un “equilibrio trágico”, con el cual se concluye con lo esperado, durante toda la obra se está mostrando lo que va a ocurrir a través de diversas manifestaciones (los cantos de los personajes, el ave negra); el destino y el accionar de los personajes hacen que la historia llegue a un final trágico permitiendo así que con la muerte de María se logre ese equilibrio que se espera en la obra, esa muerte que se sabe va a ocurrir, esa separación eterna de los amantes Efraín y María.
















BIBLIOGRAFÍA

Álvarez, L. (2008). Las caras del héroe en María, de Jorge Isaacs. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander.
Berlín, I. (1983). Prólogo: El espíritu de los románticos europeos. Londres: Constable y Co.
Bowra, C. (1966). Introducción a la literatura griega. Madrid: Ediciones Guadarrama.
Isaacs, J. (1993). María. Bogotá D.C.: Panamericana Editorial Ltda.
Jaspers, K. (1960). Esencia y formas de lo trágico. Buenos aires: Editorial Sur, S.R.L.
Martínez, C. (1998). Las trasfiguraciones del héroe mítico en la última escala del Tramp Steamer. Bucaramanga: Universidad Industrial  de Santander.
Mejía, G. (1988).  Prólogo: María. Caracas: Editorial Ex Libris, calle El Buen Pastor, Boleíta Norte.
Shakespeare, W. (2005). Romeo y Julieta. Madrid: Fundación instituto Shakespeare.
Schenk, H. (1983). El espíritu de los románticos europeos. Londres: Constable y Co.







LA VIOLENCIA EN LA NOVELA: LA CIUDAD Y LOS PERROS, DE MARIO VARGAS LLOSA

… cosas terribles, muchas hay, pero
ninguna más terrible que el hombre…
(“Antígona”, de Sófocles)


La violencia en la novela La ciudad y los perros (1963), de Vargas Llosa (1936), se plantea como una clara manifestación de opresión del más fuerte al más débil. Es una violencia jerarquizada por la institución militar:

El colegio, entonces, es un ámbito no por transitorio intrascendente, puesto que imprime su huella profunda en la mentalidad de los adolescentes. Estos aparecen sometidos a la disciplina y jerarquía propias de una institución fuertemente militarizada, que acentúa la verticalidad de un ciclo regido por las prohibiciones y la sujeción estricta a unas normas cuya violación trae el castigo. (Morillas, 1985, p. 123.)


Esta posibilidad de actuar o no violentamente, de desear o no causarle daño físico o sicológico a otra persona o animal, no se da gratuitamente, es necesario que existan factores externos o internos que lleven a cometer este acto; al respecto, dice el profesor, Nelson Arana, en su libro Violencia en La ciudad y los perros, publicado en 1978:

La agresión y la explosión de la violencia pueden ser determinados por uno o dos factores: a) por aquellos elementos inherentes a la naturaleza humana, como son las reacciones instintivas genético-biológicas, o bajo el mecanismo de un proceso sicológico derivado de los impulsos internos o externos que determinan el comportamiento del hombre en la sociedad; b) por factores externos, como son las condiciones sociales y los valores morales prevalentes en la sociedad que contribuyen a la formación de la conducta individual. (Arana, 1979, p.5)    
                 
Las reacciones ante la  violencia en un individuo dependen de sus vivencias, de esas condiciones sociales, familiares, culturales, personales, que forman su carácter y que ante situaciones de encierro, hacinamiento, miedo, celos, rivalidad, imitación, sumisión, deseo de poder, codicia, venganza, impotencia; en fin, todas las posiciones que ponen al individuo en un estado de poca racionalidad  lo hacen repetir la cadena de violencia, ser una víctima o decidir no seguir participando en ese juego y simplemente decidir salir de esa situación.

El escritor peruano Mario Vargas Llosa se ha interesado por relatar historias en las cuales se muestran conflictos sociales, sus personajes se envuelven en situaciones que los llevan a encontrarse de frente con conflictos, frustraciones y problemas de acuerdo con cada espacio en el que se desarrollan sus novelas; en el caso de La ciudad y los perros el conflicto principal es demostrar ser hombre; según la profesora de Literatura hispanoamericana, Enriqueta Morillas, se acepta la violencia como conducta necesaria para poder convertirse en hombres:

En La ciudad y los perros, los estudiantes del colegio militar Leoncio Prado se inician en el aprendizaje de la hombría, cuya índole necesita de la humillación, del sacrificio, de la aceptación de la violencia como conducta necesaria, prescrita.  La ética del medio obliga a los “perros”, los alumnos del primer año, a soportar vejaciones que luego infligirán, a medida que progresen y sean merecedores de acceder a las clases superiores. (1985, p. 122)

La ciudad y los perros fue publicada por primera vez en la colección Biblioteca Breve de la editorial Seix-Barral; en esta novela se narra la vida de unos adolescentes que se encuentran recluidos en el colegio militar Leoncio Prado, los cuales solamente salen a ver a su familia los domingos. Cuando ingresan al colegio por primera vez deben pasar duras pruebas, ya que son considerados los perros del colegio y deben ser bautizados; estas pruebas van desde masturbaciones públicas, golpes, tener que tenderle la cama a sus compañeros de grados más avanzados y hasta violaciones. Los niveles de violencia en los que viven estos adolescentes son altísimos productos de un encierro, perturbaciones en el inicio de su vida sexual (zoofilia, prostitución, homosexualismo, pornografía y exhibicionismo), el tener que responder a un estricta educación militar degradada, el racismo, el demostrar ser machos y un sinfín de frustraciones producto de una cultura castrense. La obra gira en torno de Alberto Fernández (“El poeta”), El Jaguar, Ricardo Arana (“El esclavo”), El Boa, Porfirio Cava (“El serrano”), el teniente Gamboa, el capitán Garrido, el teniente Huarina  y Teresa; estos son los personajes que más son mencionados en la obra. El hecho que desencadena el resto de acciones es el robo del examen de química:

La ciudad y los perros empieza con una elección casual. Los dados señalan al Cava como el elegido para robar el examen de química, una señal del poder del círculo. Se trata de un designio al que Cava no puede escapar. El Jaguar le ordena ponerse en marcha: “Apúrate –le repitió el Jaguar–”.  Luego de esta premisa, la novela es una cadena de causas y efectos. El nerviosismo de Cava lo lleva a romper el vidrio, lo que lleva al castigo de los cadetes, lo que lleva a la delación del Esclavo. Este hecho a su vez precipita la muerte del Esclavo, lo que lleva a la acusación que hace Alberto y a la denuncia de Gamboa. Esta cadena sólo termina cuando la sociedad reinstaura sus códigos y restringe a los individuos a su lugar original: todos los héroes del libro (Gamboa, Alberto, incluso el Jaguar) terminan su vida como seres grises, reabsorbidos por la realidad. (Cueto, 2008, p.110).

El encierro como forma de opresión hace que los estudiantes del Leoncio Prado busquen la manera de salir de ese acoso emocional y conductual (el robo del examen, la violación de las gallinas, la lectura de novelas porno…); dentro de los estudiantes impera un alto grado de violencia, de necesidad de humillar al otro para demostrar que son hombres; el mismo Alberto le dice a Ricardo sobre la necesidad de demostrarle a los otros que se es macho, que se es hombre, para evitar que se la monten: “Y lo que importa en el Ejército es ser bien macho, tener unos huevos de acero, ¿comprendes? O comes o te comen, no hay más remedio.” (Vargas, 1963, p. 22.)

La violencia tiene múltiples formas en las que se manifiesta; una de ellas es la violencia por opresión, en la cual el que es más fuerte o tiene más experiencia en determinado campo es el que ejerce violencia sobre el otro: “la impotencia de los grupos y comunidades minoritarias de la sociedad para la determinación y consecución de sus ideales.” (Arana, 1979, p. 27). En la obra se presenta el caso de los “perros”, quienes son los estudiantes más jóvenes del colegio, a ellos se les infringen por los del último grado una serie de castigos y humillaciones para hacerlos entender que hay unas jerarquías que respetar y que tienen que hacer todo lo que les mande los más grandes:

El Esclavo estaba solo y bajaba las escaleras del comedor hacia el descampado, cuando dos tenazas cogieron sus brazos y una voz murmuró a su oído: “venga con nosotros, perro”. Él sonrió y los siguió dócilmente. A su alrededor, muchos de los compañeros que había conocido esa mañana, eran abordados y acarreados también por el campo de hierba hacia las cuadras de cuarto año. Ese día no hubo clases. Los perros estuvieron en manos de los de cuarto desde el almuerzo hasta la comida, unas ocho horas. El Esclavo no recuerda a qué sección fue llevado ni por quién. Pero la cuadra estaba llena de humo y de uniformes y se oían risas y gritos. Apenas cruzó la puerta, la sonrisa en los labios aún, se sintió golpeado en la espalda. Cayó al suelo, giró sobre sí mismo, quedó tendido boca arriba. Trato de levantarse, pero no pudo: un pie se había instalado sobre su estómago. (Vargas, 1963, p. 45)

El esclavo siente en el colegio, como la mayoría de los recién llegados, la humillación constante por parte de los más grandes, los bautizos con los que son iniciados en esa vida militar constan de golpes, insultos, el tener que cantar varias veces delante de los demás que se es un “perro”, escupidas, el comportarse como un perro, el desnudarse delante de los otros, el ser lavados con orines de los otros… entre otras.

El esclavo no solo recibe maltratos por parte de los estudiantes de cuarto grado, sino también por parte de sus compañeros de grupo, él es  serrano o indio dentro de la sociedad peruana que se presenta en la obra y el Perú; según José Carlos Flores Lizana, es un país racista, en el que se violenta de una manera más directa a quienes son serranos o indios: “-Serrano –murmuró el Jaguar, despacio-. Tenías que ser serrano.” (Vargas, 1963, p. 12); para referirse el Jaguar a Cava, un compañero suyo que proviene de la montaña o del campo y al cual lo apodan Serrano: “-No juego con serranos – dice Alberto, a la vez que se lleva las manos al sexo y apunta hacia los jugadores-. Sólo me los tiro.” (Vargas, 1963, p. 20). Alberto trata de hacer sentir a los demás inferiores por el no ser blancos como él, más adelante, él reafirma esta posición diciendo: “-Pasaré un parte al capitán –dice Alberto, dando media vuelta-. Los serranos se juegan los piojos al póquer durante el servicio.” (Vargas, 1963, p. 20). A los estudiantes de raza negra también los discriminan:En los ojos se le vio que es un cobarde como todos los negros.” (Vargas, 1963, p. 19) y a los cholos: “-No me gusta que me tutees, cholo de porquería.” (Vargas, 1963, p. 106).

De acuerdo con el orden social en el que se encuentren los estudiantes del colegio son peor tratados, se emplea un lenguaje bastante violento en el que se refleja un conflicto, no solamente propio del colegio, sino de la sociedad peruana en general:

En el colegio se reflejan los conflictos de la sociedad peruana en su globalidad, acerca de la cual nos ilustra la novela, cuya trama se abre al relato desde una perspectiva múltiple. Al centro concurren hijos de familias burguesas, como Alberto; de familias humildes como el Jaguar; costeños y serranos, blancos y cholos. Los conflictos individuales y sociales se exacerban al someterse a una dinámica que consagra la supremacía de unos y el sometimientos de otros. Como también se exacerba un odio racial. (Morillas, 1985, p.123)

El pensamiento de los estudiantes corresponde a lo que viven en su sociedad, la forma despectiva con la que se refieren los que tienen rasgos europeos hacia los que son más parecidos a los indígenas o negros muestra que ese concepto del blanco como superior al negro y al aborigen no se ha eliminado, sino por el contrario se sigue reafirmando en la sociedad; este es un tipo de violencia racial, en el cual se impone un ser que se cree superior sobre los demás por el simple hecho de tener un color de piel y rasgos diferentes:

Los serranos son tercos, cuando se les mete algo en la cabeza ahí se les queda. Casi todos los militares son serranos. No creo que a un costeño se le ocurra ser militar. Cava tiene cara de serrano y de militar, y ya le jodieron todo, el colegio, la vocación, eso es lo que más le debe arder. Los serranos tienen mala suerte, siempre les pasan cosas. Por la lengua podrida de un soplón, que a lo mejor ni descubrimos, le van a arrancar las insignias delante de todos, lo estoy viendo y me pone la carne de gallina, si esa noche me toca ahora estaría adentro. Pero yo no hubiera roto el vidrio, hay que ser bruto para romper el vidrio. Los serranos son un poco brutos. Seguro que fue de miedo, aunque el serrano Cava no es un cobarde. Pero esa vez se asustó, sólo así se explica. También por mala suerte. Los serranos tienen mala suerte, les ocurre los peor. Es una suerte no haber nacido serrano. (Vargas, 1963, p. 147)

El creer que los blancos son más inteligentes o valientes que los indios o negros crea un pensamiento social en el que los individuos serranos o negros se sienten inferiores a los otros y actúan consecuentemente a sus pensamientos; un ejemplo claro se ve en el personaje del Esclavo, quien desde niño ha sido maltratado: “En el colegio Salesiano le decían “muñeca”; era tímido y todo lo asustaba.” (Vargas, 1963, p.117). Este personaje se convierte en un mártir, ya que quien no pelea y se defiende, se lo lleva el mismísimo demonio, a pesar de que él en su infancia desafió a pelea a otro estudiante, solo logró ser golpeado, él es consciente de su cobardía y por ese motivo permite que su padre lo interne en el Leoncio Prado:

Era para castigar a ese cuerpo cobarde y transformarlo que se había esforzado en aprobar el ingreso al Leoncio Prado; por ello había soportado esos veinticuatro meses largos. Ahora ya no tenía esperanza; nunca sería como el Jaguar, que se imponía por la violencia, ni siquiera como Alberto, que podía desdoblarse y disimular para que los otros no hicieran de él una víctima. A él lo conocían de inmediato, tal como era, sin defensas, débil, un esclavo. (Vargas, 1963, p. 117)

Una autoestima bastante golpeada por los malos tratos, la cual lleva al individuo a que acepte que es débil y que por esto los demás siempre lo ven como una víctima:

La pasividad con que el Esclavo soporta toda clase de atropellos apenas ingresa en el colegio, muestra que no es apto para vivir en el Leoncio Prado, y se convierte en el objeto de humillaciones físicas y verbales, no ya sólo por parte de los cadetes superiores, sino también por los miembros de su propia sección. (Arana, 1978, p. 61)

El Esclavo o Ricardo Arana vivía antes con su tía y su madre en un pueblo; cuando llega a la ciudad, conoce a su padre y tiene que vivir con él; su padre, en lugar de darle tiempo para que se acostumbre a vivir con él, lo maltrata a él y a su madre. Claramente es un tipo de violencia intrafamiliar; la Dra. Ellen Watnicki escribe en su libro La significación de la mujer en la narrativa de Mario Vargas Llosa, lo siguiente:

El cadete Ricardo Arana, que se ha criado mimado por la madre y por una tía, pasa una niñez idílica en Chiclayo. A los siete años es llevado a Lima para reunirse con su padre, un hombre con tendencias misóginas, que se enfurece al comprobar que su hijo no se manifiesta como el descendiente macho y fuerte que siempre quiso tener y acusa por esta razón a la esposa. Beatriz, la esposa, es percibida como una mujer débil de carácter, pero en realidad, ella simboliza la impotencia del subyugado ante una fuerza bruta y violenta y ante una sociedad que apoyo y favorece al subyugador. (Watnicki, 1993, p.263)

Ricardo ha aprendido de su madre a ser sumiso: “Él tenía ganas de gritar para que la vida brotara de ese cuarto que parecía muerto… volvió a su cama y lloró, tapándose la boca con las dos manos.” (Vargas, 1963, p. 14). Él, todo el tiempo, está buscando la manera de que sus padres no se den cuenta de sus verdaderos sentimientos, en especial, su padre; se quedaba en las noches pensando la manera en que podía evitar cualquier contacto con él, se acostaba muy temprano para evitar verlo en la noche, sin embargo, al escuchar que su madre lo llama pidiendo ayuda, sale a su encuentro y lo que recibe es una paliza por parte de su papá: “Su padre lo golpeó con la mano abierta  y él se desplomó sin gritar.” (Vargas, 1963, p. 72). A pesar del terror que sentía por los golpes que había recibido, tuvo que pedirle disculpas al otro día a su papá, siendo su madre quien se lo había aconsejado ya que, según ella, su hijo no hacía nada por conquistarlo y esto provocaba las reacciones violentas por parte del padre y que estuviera disgustado con él por haberse interpuesto la noche anterior entre él y su madre. Cansado de la violencia y la soledad que sentía en su hogar, Ricardo Arana acepta estudiar en el colegio militar:

Ha olvidado también el resto de aquella noche, la frialdad de las sábanas de ese lecho hostil, la soledad que trataba de disipar esforzando los ojos para arrancar a la oscuridad algún objeto, algún fulgor, y la angustia que hurgaba su espíritu como un laborioso clavo. (Vargas, 1963, p. 14)


En el Leoncio Prado no es que mejore su situación, por el contrario,  se da cuenta de que el encierro puede ser una forma peor de violencia que los golpes: “Podía soportar la soledad y las humillaciones que conocía desde niño y sólo herían su espíritu: lo horrible era el encierro, esa gran soledad exterior que no elegía, que alguien le arrojaba encima como una camisa de fuerza (Vargas, 1963, p. 117). Él deseaba salir del colegio militar el fin de semana con todas sus fuerzas para poder ver a Teresa, a quien él amaba y no se había podido declarar, pero producto del robo de un examen de química los consignan a todos; desesperado, le cuenta al teniente Remigio Huarina que quien roba el examen es Cava y logra que lo dejen salir del colegio, pero no llega a declarársele a Teresa; en una práctica de tiro le disparan por la espalda y es asesinado aparentemente por el Jaguar, quien dice asesinarlo por soplón, por haber delatado a Cava.

El Jaguar, todo el tiempo, tuvo actitudes violentas con el Esclavo y no solo con él, sino con cualquiera que se atravesara en su camino; él, desde niño, estuvo acostumbrado a la vida de ciudad, incluso para conseguir dinero robó; cuando su madre murió, el padrino de él decidió colaborarle para que entrara al colegio militar; desde el comienzo demostró no temerle a nadie, por el contrario nunca pudieron bautizarlo como un “perro”, ya que él responde a los golpes e insultos con golpes e insultos:

-No –dijo Cava-. No es eso. Él es distinto. No lo han bautizado. Yo lo he visto. Ni les dio tiempo siquiera. Lo llevaron al estadio conmigo, ahí detrás de las cuadras. Y se les reía en la cara, y les decía: ¿así que van a bautizarme?, vamos a ver, vamos a ver. Se les reía en la cara. Y eran como diez.
-¿Y? – dijo Arróspide.
-Ellos lo miraban medio asombrados –dijo Cava-. Eran como diez, fíjense bien, se les echó encima. Y riéndose. Les digo había ahí no sé cuántos, diez o veinte o más tal vez. Y no podían agarrarlo. Algunos se sacaron las correas y lo azotaban de lejos; pero les juro que no se le acercaban. Y por la virgen que todos tenían miedo, y juro que vi a no sé cuántos caer al suelo, cogiéndose los huevos, o con la cara tora, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿así que van a bautizarme? Qué bien, qué bien. (Vargas, 1963, pp. 48 – 49.)


El Jaguar se había convertido en el prototipo de alumno que todos desean ser en el colegio militar Leoncio Prado, no permite que nadie ser burle de él, no siente miedo de pelear y detesta a los soplones y a los cobardes:

No alcanzaron a intervenir, ni siquiera a comprender de inmediato lo ocurrido, porque el Jaguar se revolvió como un felino atacando y golpeó al otro, directamente al rostro y sin ningún aviso y luego se dejó caer sobre él y lo siguió golpeando en la cabeza, en el rostro, en la espalda; los cadetes observaban esos dos puños constantes y ni siquiera escuchaban los gritos del otro, “perdón, Jaguar, fue de casualidad que te empujé, juro que fue casual”. “Lo que no debió hacer fue arrodillarse, eso no. Y además, juntar las manos, parecía mi madre en las novenas, un chico en la iglesia recibiendo la primera comunión, parecía que el Jaguar era el obispo y él se estuviera confesando, me acuerdo de eso, decía Rospigliosi y la carne se me escarapela, hombre.” El Jaguar estaba de pie, miraba con desprecio al muchacho arrodillado y todavía tenía el puño en alto como si fuera a dejarlo caer de nuevo sobre ese rostro lívido. Los demás no se movían. “Me das asco –dijo el Jaguar-. No tienes dignidad ni nada. Eres un Esclavo.”(Vargas, 1963, p. 54)



El Jaguar había participado en el robo del examen de química junto con Cava; aparentemente, al enterarse de que el Esclavo fue quien denunció a Cava como el culpable del robo, decide tomar venganza, disparándole al Esclavo en la cabeza cuando ellos estaban en una campaña en la cual tenían que disparar a blancos que se encontraban ubicados en diferentes lugares de una montaña:

En ese momento vio la silueta verde que hubiera podido pisar si no la divisaba a tiempo, y ese fusil con el cañón monstruosamente hundido en la tierra, en contra de todas las instrucciones sobre el cuidado del arma. No atinaba a comprender qué podía significar ese cuerpo y ese fusil derribados. Se inclinó. El muchacho tenía la cara contraída por el dolor y los ojos y la boca muy abiertos. La bala le había caído en la cabeza: un hilo de sangre corría por el cuello. (Vargas, 1963, p. 166)


Después del asesinato del Esclavo, el Jaguar le confiesa al teniente Gamboa que fue él quien asesinó al Esclavo, aunque nunca se confirman estos hechos en la novela, pero el teniente no toma cartas en el asunto y permite que el Jaguar continúe con su vida como si no hubiera cometido ningún asesinato: “El “duro” de la promoción, apodado el Jaguar, estaba enamorado de Teresa, en efecto ella es algo como su amor verdadero y al final de la novela, en el EPÍLOGO, la consigue, años después de haberla querido la primera vez.” (Luchting, 1978,  p.95). En efecto, a pesar de los actos cometidos por el Jaguar, logró conseguir terminar casado con su gran amor y formar un hogar; dentro de esa jerarquización militar el más fuerte, más bravo, más violento es quien merece estar arriba de los demás y la mayoría de las veces es quien logra las propósitos que se propone, incluso el respeto de quienes lo rodean; contrario al Esclavo que siempre recibió maltratos en su casa y en el colegio, nunca pudo decirle de su amor a Teresa, terminó siendo asesinado por un compañero y nadie perseveró en esclarecer lo que ocurrió con su muerte; dentro de esa distribución militar, quienes son débiles, cobardes y soplones no merecen ningún tipo de consideración. “La discriminación en la aplicación de la justicia, perdonando al culpable y condenando al inocente, glorifica la violencia; contribuye a la degradación de la moral y hace del hombre pacífico un rebelde.” (Arana, 1978, p. 28). Este tipo de negligencia se cometen en los militares porque que alguien golpee o maltrate a otro es demostración de hombría.

La función de la violencia física expresada a través de la crueldad, la brutalidad y el sadismo de los actos físicos que se cometen por los adolescentes cadetes contra sus compañeros y contra los animales que viven en el perímetro del colegio, no es una mera y gratuita ritualización de la violencia, como aparentemente aparece de la primera lectura de la novela; es, más bien, una arremetida contra la violencia y quizá una acusación y denuncia del ambiente inmoral reinante en los claustros del colegio, e indirectamente, una condenación contra la apatía de la administración militar para buscar soluciones equitativas a los problemas que afectan a los estudiantes dentro del régimen docente-educativo en que están obligados a crecer, física e intelectualmente. (Arana, 1978, pp. 55-56)



Más allá de la violencia física, también se encuentra otro tipo de violencia que busca desmoralizar al otro y puede llegar a desesperarlo, es la violencia sicológica que se puede manifestar en los insultos, el excluir a otro estudiante por su condición física, posición económica o raza: “-Te has traído tu putita –dijo-. ¿Qué vas a hacer si la violamos?  -Buena idea –gritó Boa-. Comámonos al Esclavo.” (Vargas, 1963, p.106). Los diálogos de los estudiantes del colegio están cargados de improperios hacia el otro: “-Todos presos –dijo Alberto-. Borrachos, maricones, degenerados, pajeros, todo el mundo a la cárcel.” (Vargas, 1963, p. 106).  En otro apartado dice el Boa: “Cómete a la novia del poeta. Te juro que si el poeta se mueve, lo quiebro.” (Vargas, 1963, pp. 108-109).  También dentro de la violencia sicológica se encuentran los castigos, muchas veces se presentan con el fin de “educar” dentro del colegio militar, se dan por parte de los generales, tenientes o profesores para enseñarles a los estudiantes a respetar la autoridad o cumplir las reglas, vas desde restarles puntos: “-Bueno –dijo Gamboa-. Así tiene que cuidar su fusil. Vuelva a su sección. Pezoa, hágale una papeleta de seis puntos.” (Vargas, 1963, p.156); hasta golpes, en este caso por parte de un teniente:

-¿Estoy loco o alguien habla en la formación? –pregunta el teniente. Los cadetes se callan. Gamboa se pasea frente a los brigadieres, las manos en la cintura.
-Aquí los tres últimos –grita-. Rápido por secciones.
Urioste, Núñez y Revilla abandonan su sitio a la carrera.
Vallano les dice, al pasar: “tienen suerte que esté Gamboa de servicio, palomitas”. Los tres cadetes se cuadran frente al teniente.
-Como ustedes prefieran –dice Gamboa-. Angulo recto o seis puntos. Son libres de elegir.
Los tres responden: “ángulo recto”. El teniente asiente y se encoge de hombros. “Los conozco como si los hubiera parido”, susurran sus labios y Núñez, Urioste y Revilla sonríen con gratitud. Gamboa ordena:
-Posición de ángulo recto.
Los tres cuerpos se pliegan como bisagras, quedan con la mitad superior paralela al suelo. Gamboa los observa; con el codo baja un poco la cabeza a Revilla.
-Cúbranse los huevos –indica-. Con las dos manos.
Luego hace un saña al suboficial Pezoa, un mestizo pequeño y musculoso, de grandes fauces carnívoras. Juega muy bien el fútbol y su patada es violentísima. Pezoa toma distancia. Se ladea ligeramente: una centella se desprende del suelo y golpea. Revilla emite un quejido. Gamboa indica que el cadete retorne a su puesto. (Vargas, 1963, p. 38)

Otro tipo de castigo que se utiliza en el colegio militar es el encierro en un calabozo, que para los estudiantes es el peor de todos, no solo tienen que estar encerrados en el colegio todo el tiempo, sino, además, quienes cometen actos más delicados tienen que estar encerrados en celdas lejos de sus compañeros: “- Hola –dijo el Jaguar. No parecía sorprendido al verlo allí. El sargento había cerrado la puerta, el calabozo estaba en la penumbra.” (Vargas, 1963, p. 294)

“El abuso y la perversión del sexo, inclusive con los animales, muestra al adolescente deshumanizado y actuando como un animal, como un “perro”.” (Arana, 1978, p. 111). El encierro no solo produce actos de violencia en el Leoncio Prado no solo produce actos de violencia entre compañeros, sino también con los animales:

Pero no creo que a él le pasara nada con las ladillas y en cambio a la Malpapeada la fregaron. Se peló casi enterita y andaba frotándose contra las paredes y tenía una pinta de perro pordiosero y leproso con el cuerpo pura llaga. Debía picarle mucho, no paraba de frotarse, sobre todo en la pared de la cuadra que tiene raspaduras. (Vargas, 1963, p. 180)


La violación de las gallinas, de las llamas, las perras, e incluso ellos hablan de violación hacia sus propios compañeros (homosexualidad), muestra que la sexualidad de estos adolescentes está enmarcada dentro de la perversión; el acto sexual se convierte en demostrar que son hombres  (voyerismo) y pueden llegar a sentir placer al hacerle daño a otro ser, el sentir que son más fuertes que otros:

Qué brutos, qué brutos, una gallina al menos es chiquita, parece un juego, pero ¡una llama! ¿Y qué pasa si el Rulos se tira al muchacho? Estábamos fumando en los excusados de las aulas, bajen las candelas, murciélagos. El Jaguar puja de alma, parece que lo estuvieran manducando. ¿Ya, Jaguar, salió, salió? Silencio, que me cortan, tengo que concentrarme. ¿Ya, ya, la puntita? ¿Y qué tal si nos tiramos al gordito? ¿Tú no lo has pellizcado nunca? Uf. No está mala la idea, pero ¿se deja o no se deja? A mí me han dicho que Lañas se lo tira cuando está de guardia. Uf, al fin. ¿Salió, salió?, el muy maldito. ¿Y quién primero?, porque a mí se me fueron las ganas con tanto ruido que hace. Aquí hay un hilo para el pico. Serrano, no la sueltes que a lo mejor se vuela. ¿Hay un voluntario? Cava la tenía por los sobacos, el Rulos le rogaba no muevas el pico que de todas maneras te lo embocan y yo le amarraba las patas… El Boa se come a una perra, por qué no al gordito que es humano. (Vargas, 1963, p. 30)



Se ha visto que en el colegio militar Leoncio Prado se dan diferentes tipos de violencia producto de una necesidad de unos jóvenes de demostrar que son hombres, el querer ser  algo que no se es, lleva a tener frustraciones que, muchas veces, se convierten en actos violentos hacia los demás; golpes, insultos, violaciones, todo con el fin de oprimir al otro. No solo en esta novela de Vargas Llosa se muestra la violencia, también en Los jefes (1958) trata esta temática:

La ciega rebeldía de sus personajes, impulsivos ejecutores de acciones marginales, delata su soledad existencial. Tributo del neo-naturalismo que se desarrolla en Perú en estos años, son las diversas manifestaciones de una violencia generalizada las que aparecen como señales acusadas de un mismo malestar. El código que lo sustenta sigue los rígidos dictados del honor machista: la venganza, el castigo, la delación, la prepotencia, conforman micromundos viciados, regulan las acciones que siempre recalan en la brutalidad, en el odio. (Morillas, 1985, p. 122)



Ese machismo produce una caricaturización de lo masculino, una exageración que lleva a los personajes a ser agresivos y cometer actos salvajes, pero también están quienes detrás de todo ese caos buscan la verdad sobre el porqué en estas instituciones se miente sobre lo que realmente ocurre: “Alberto, uno de los protagonistas de La ciudad y los perros, y Zavalita, el personaje clave de Conversaciones en La Catedral, tienen el “vicio de la verdad”… no aceptan las mentiras de las instituciones de la verdad colectiva.” (Cueto, 2008, p.102).  Y es que cuando se está en una sociedad violenta, aparentemente no hay más opciones que ser victimario o una víctima, a pesar del esfuerzo de unos pocos por hacer las cosas diferentes pesa más el pensamiento común y la tradición violenta: “En las novelas de Vargas Llosa, la sociedad, la política, las relaciones amorosas y sexuales, la familia, son expresados como campos de batalla por el poder.” (Cueto, 2008, p. 114). El hombre en una constante disputa con el poder, el cual no le permite estar tranquilo sino que le lleva a tener conflictos sicológicos que expresa exteriormente, muchas veces, de manera violenta:

En todas las obras de Vargas Llosa percibimos un afán permanente de proyectar al hombre en conflicto con su sociedad, y es quizá por eso que en sus cuentos, en La ciudad y los perros, en Los cachorros, y en La casa verde, muchos de los personajes se identifican, inclusive, con la nomenclatura de los animales… el mundo es una callejón sin salida, donde los jóvenes buscan con una lacerante desazón acceder al mundo de los adultos; no obstante, cuando ellos lo logran, nosotros sentimos que todo ha sido en vano. El mundo es una trampa sin salida.
Evidentemente, el pesimismo que percibimos en las obras de Vargas Llosa, caracteriza el mundo interno de su novelística y el externo de la sociedad peruana. En particular, en La ciudad y los perros el sentimiento fatalista de la violencia y la inmoralidad se proyectan con amplitud significativa en el epílogo de la novela. (Arana, 1978, pp. 154-155)



En conclusión, la violencia en La ciudad y los perros se da como fruto de una educación militar que exige que el más fuerte someta al más débil para poder estar en un buen lugar o rango dentro de la jerarquía militar; para demostrar que se puede ser militar y ganarse el respeto de los demás compañeros y superiores, se hace necesario saber pelear, insultar y guardar lealtad al grupo al que se pertenezca. La concepción de hombre que se maneja dentro de la obra, lleva a que los personajes sean más una caricatura de macho, que hombre, teniendo altos niveles de irracionalidad y cometiendo actos violentos con todo ser que no pueda defenderse. En un mundo irracional y violento solo se puede pertenecer a dos bandos o ser víctima o un victimario;  a pesar de todos los esfuerzos que hizo Alberto por lograr justicia en la muerte del Esclavo, no logró nada, todo siguió igual y volvieron después de graduados a la misma rutina que es probable que se repita en sus hijos como dice el epígrafe del epílogo escrito por Carlos Germán Belli: “… en cada linaje el deterioro ejerce su domino.” (Vargas, 1963, p. 325).



  

BIBLIOGRAFÍA

Arana, N. (1978). Violencia en La ciudad y los perros. Michigan: Ed. University microfilms international.

Cueto, A. (2008). Una épica de la transgresión. En Mario Vargas Llosa la libertad y la vida. Lima: Ed. Planeta Perú S.A.

Luchting, W. A. (1978). Mario Vargas Llosa, desarticulador de realidades. Bogotá: Ed. Colombia LTDA.

Morillas, E. (1985). Mario Vargas Llosa. En Historia de la literatura latinoamericana. Bogotá: Ed. La Oveja Negra Ltda.

Vargas, M. (1963). La ciudad y los perros. Barcelona: Ed. Seix Barral, S.A.