En el modernismo se da una solución al problema de qué es lo que sucede con
la persona una vez muere; el modernista sabe qué pasa con la muerte, ya que es
el estado de plena felicidad o el nirvana; el alma abandona el frágil cuerpo,
sueña con lo santo y lo infinito consiguiendo así la vida una continuidad en la
muerte. Dentro de las formas de expresión del modernismo se encuentra la
presencia de la muerte fuera del peso católico; se apartan de ese espíritu del
poeta del siglo XIX en el cual la muerte no es un momento donde se enjuicia,
sino un viaje.
El poeta José Asunción Silva (1865-1896): “suele considerarse como un
precursor del modernismo hispanoamericano.” (Camacho, 1978, p.58). Dentro de
algunos de sus poemas se encuentra la presencia de la muerte como liberación
del alma de quien muere y la tristeza de quien pierde a ese ser amado; en este
concepto de muerte se halla la relación con el modernismo, en el cual, la
muerte no está regida por el peso del juicio, sino que se convierte en el
descanso eterno; es un estado placentero. La vida se transforma en un peso del
que hay que huir; es una época en la que quien no pertenece a la burguesía, se
siente rechazado por una sociedad moderna: “Silva rechazaba el presente, y la
condena que hace de la “realidad”, son generalizaciones del conflicto con su
circunstancia inmediata, en ese ambiente confuso y convulsionado, mezcla de
arcaísmo y modernidad, del fin de siglo.” (Camacho, 1978, p. 197). Ante esa
sociedad cerrada y hermética, el poeta busca otro sentido en un más allá:
Silva no era un reaccionario, como muchos lo piensan; su
actitud era antiburguesa. Por ello, perdió su posición social y económica. Por
otro lado, era la doble moral de nuestra sociedad sagrada y asexuada
públicamente. En algunos de sus poemas, el poeta se pregunta por el destino del
hombre después de la tierra, duda de la fe y pregunta más a la naturaleza que a
la divinidad, afirma que el hombre es el que transforma la naturaleza y no la
divinidad. (Ayala, 1984, p. 118)
Existe en la poesía de Silva una rebeldía frente al cristianismo porque no
se aceptan sus dogmas; ya no es un dios quien define el destino del hombre
después de la muerte, sino que la muerte se convierte en otro estado de la vida
misma, el estado de la libertad absoluta; hay placer en la muerte que está
estrechamente relacionado con la naturaleza: “El mundo de Silva es el de los
muertos, la luna y las ‹‹húmedas neblinas.›› Ese mundo en que ‹‹el alma
abandona el frágil cuerpo y sueña con los santos y lo infinito››.” (Cobo, 1992,
p. 125). Los poemas tienen un carácter religioso al hablar sobre el alma, pero
no se encuentra dentro de la religión tradicional, sino se buscan nuevas
soluciones al problema de lo que sucede después de la muerte, incluso desde la
metafísica; en la última sección llamada “Cenizas”, de El libro de versos, escrito por Silva, se encuentran ocho poemas
que tienen como temática central la muerte: “Lázaro”, “Luz de luna”, “Muertos”,
“Triste”, “Psicopatía”, “Don Juan de Covadonga”, “Día de difuntos” y “Las voces
silenciosas”. “Y, por último, “Cenizas”, en donde se concentran los poemas más
pesimistas, cuyo tema es, en casi todos, la degradación de la vida o la
muerte.” (Cobo, 1992, p.132). Dentro de los cuales se encuentra ese choque
entre la realidad y lo que se desea logrando la liberación en otro plano
distinto a la vida. En el poema “Lázaro” se describe lo que ocurre después de
que el Salvador resucita a este personaje bíblico:
Ven, Lázaro! gritóle
El Salvador, y del
sepulcro negro
El cadáver alzóse entre
el sudario,
Ensayó caminar, a pasos
trémulos,
Olió, palpó, miró,
sintió, dio un grito
Y lloró de contento.
Cuatro lunas más tarde,
entre las sombras
Del crepúsculo oscuro en
el silencio
Del lugar y la hora,
entre las tumbas
De antiguo cementerio
Lázaro estaba sollozando
a solas
Y envidiando a los
muertos.
En esta primera parte del poema,
Lázaro es resucitado de su muerte; él busca todos los placeres a través de los
sentidos, pero con el trascurrir del tiempo se desencanta de la vida porque ya
ha hecho todo lo que le permite su cuerpo y desea la muerte como fin a su
desdicha, envidia a los muertos y su descanso frente a lo banal del mundo. Hay
una burla directa hacia la religión católica frente a la resurrección, ya que
con qué fin se despierta a quien está muerto para traerlo de nuevo a un mundo
que tarde o temprano lo va a hartar. Pero ¿qué puede hacer Lázaro para remediar
su suerte? En el poema “Luz de luna” se empiezan a dar luces frente a una
posible solución para una vida desdichada, ya sea por insatisfacción de la
misma o por el dolor que se siente frente a la pérdida de quien se ama; la
amada pierde a su amado al morir este y se describe la muerte como “El último sueño
de que nadie vuelve / El último sueño de paz y de calma” es decir, quien muere
contrario con lo que ocurre con Lázaro, no puede resucitar o volver del estado
en el que se encuentra, un estado en el que no hay sufrimiento porque se está
en paz y calma, pero ¿qué sucede con quien está vivo y pierde a su amado? El
poema propone que quien ama debe volver al alma de su querido, ¿de qué forma?
Si el muerto no puede regresar, el vivo es quien tiene que ir a ese lugar y
solo lo puede lograr a través de la muerte, es decir, del suicidio como
liberación, así el amor permanece constante más allá de la muerte; en el caso
de Lázaro, por medio de volver a morir encontraría la solución a su desencanto
de la vida:
El dramático choque entre el yo y el mundo. Entre lo subjetivo y la
realidad que lo circunda. ¿Cuál era el resultado? Casi siempre una evasión
hacia la soledad, hacia el más allá, dejando atrás “la vida normal”. O una
confrontación terrible que conduce a la desesperación, la angustia, y de allí
al suicidio, acentuando su pathos sentimental.
No la razón y las ideas. Sí el corazón. (Cobo, 1992, p.127)
La desesperación, producto también de la añoranza del
pasado, se da en el poema “Muertos” en el cual se sufre por lo que se ha ido,
por el pasado, por la ausencia de quien ya no está: “Y un color opaco y triste
/ Como el recuerdo borroso / De lo que fue y ya no existe.” Producto de la
soledad que se siente ante la pérdida de quien en otro tiempo “endulzó horas
futuras.” Ese dolor constante, provocado por la ausencia de quien se ama, se
reitera en “Triste”: “Saca recuerdos perdidos / De angustias y desengaños / Que
tienen ocultos nidos / En las ruinas de los años.” La vida se convierte en un
cúmulo de añoranzas, en una desear constante hasta que “alguna lejana, idea consoladora”
asoma en la mente: “En su lenguaje difuso / Entabla con nuestros duelos / El
gran diálogo confuso / De las tumbas y los cielos.” La solución a las penas que
se tienen en la vida se encuentra en las tumbas y en los cielos, es decir, en
la muerte, aunque todos sabemos que llegará tarde o temprano, en los casos de
tormento grave, solo se logra con el suicidio; el poema “Psicopatía” muestra,
cómo el razonar de un filósofo sobre la vida, la muerte y las causas finales,
solo produce dolor; estos pensamientos llevan a la persona a sufrir una
enfermedad del alma; esta quiere liberarse de ese cuerpo pálido, descuidado,
soñoliento, triste, serio y que viste de luto; en algunos casos esta enfermedad
llamada pensar se cura con ejercicios o un tiempo de reposo, pero en casos
graves solo con la muerte como en el caso de algunos filósofos que bebieron
cicuta o fueron quemados en la hoguera:
Pero el
joven aquél es caso grave,
Como
conozco pocos,
Más que
cuantos nacieron piensa y sabe,
Irá a
pasar diez años con los locos,
Y no se
curará sino hasta el día
En que
duerma a sus anchas
En una
angosta sepultura fría,
Lejos
del mundo y de la vida loca,
Entre
un negro ataúd de cuatro planchas,
Con un
montón de tierra entre la boca!
La muerte, como liberación del alma,
llega así a un estado de plena felicidad o Nirvana en el que no se desea nada;
ya no hay una pérdida del sentido de la vida producida, entre otras razones,
por los excesos como sucede en “Don Juan de Covadonga”, en el cual Don Juan,
después de haber amado, odiado y logrado todo, siente un sinsentido de la vida
al haber hecho todo lo que deseó en exceso; busca consuelos superiores en un
dios, pero al consultar a su hermano se da cuenta que este, a pesar de estar en
un monasterio rezando todo el día, también siente angustias indecibles y sueña
con descansar un poco; Don Juan de Covadonga ansía la quietud de los muertos.
En el poema “Día de difuntos” hay
una crítica ante el olvido de las personas que se han amado y mueren, similar
al que se hizo en el poema “Luz de luna”; aquí se habla sobre las campanas
plañideras que le hablan a los vivos de los muertos, el recuerdo constante de
la muerte, el no poder olvidar lo que se ha perdido a pesar de que los placeres
de la vida y el paso del tiempo inviten al olvido; se vuelve en la vida todo
jocoserio e irónico, hay una ambivalencia entre la muerte y la vida, cada una
con sus características. Con el poema “Las voces silenciosas” se cierra el
capítulo de poemas “Cenizas”, allí se le habla a las voces silenciosas de los muertos
rogándoles que en la hora final de ese yo lírico no le permitan regresar al
pasado oscuro, sino llegar al nirvana, hacia arriba, a esa playa donde el alma
arriba.
En conclusión, en los poemas de
“Cenizas” se plantea la muerte como liberación del alma, es decir, la
liberación de un cuerpo que necesita todo el tiempo distintas formas de
placeres para poder satisfacerse y, sin embargo, nunca lo logra porque siempre
va a estar anhelando algo que ha perdido en el pasado; el único lugar donde el
alma puede descansar es en el Nirvana, en el más allá, que en casos
desesperados se logra adelantando la muerte a través del suicidio.
BIBLIOGRAFÍA
Ayala, F. (1984). Manual de
literatura colombiana. Cali: Editorial Prensa Moderna.
Camacho, E. (1978). Sobre literatura
colombiana e hispanoamericana. Bogotá: Editorial Andes.
Cobo, J. (1992). El poeta José
Asunción Silva en Gran enciclopedia de Colombia – Literatura. Bogotá:
Instituto Caro y Cuervo.
Quintero, R. (1996). Centenario Silva
1896 / 1996. Bogotá: Banco de la República.
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