“Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver,
pero que no miran.”
José Saramago
Cuando una persona no puede ver los objetos se habla de una ceguera física
que puede ser ocasionada porque fallan sus ojos o la parte de su cerebro que se
encarga de reproducir en su mente las formas, los colores, las texturas, en
fin, todo lo que nos permite saber qué hay en nuestro rededor, pero no es esta
ceguera la que me interesa para este trabajo sino la ceguera social, la cual la
pretendo desarrollar en algunos de los personajes o grupos sociales en la obra La guerra del fin del mundo. La ceguera
social no se produce por problemas
físicos, ya que la persona puede ver los objetos y describirlos, sino es más un
problema de concepción frente al mundo, un problema de extremo fanatismo y
radicalidad en la visión de la vida. Esta ceguera a la que me refiero es
parecida a la que les ocurre a los personajes de Ensayo sobre la ceguera, novela publicada en 1995, del escritor
portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura en 1998, quien dice lo
siguiente sobre su obra:
El profundo egoísmo que marca a los distintos personajes en la lucha por la
supervivencia, se convierte en una parábola de la sociedad actual,
trascendiendo así el significado de ceguera más allá de la propia enfermedad
física. (Saramago)
En Ensayo sobre la ceguera hay
una epidemia de ciegos, pero no quedan viendo todo negro, como se supone que es
la ceguera normal en la obra, sino blanco, a medida que va avanzando la novela
se va definiendo lo que les está pasando a los diferentes personajes, ya que no
es normal que se vuelva contagiosa una enfermedad que hasta el momento no lo
había sido: “Pero esta ceguera es tan anormal, tan fuera de lo que la ciencia
conoce, que no podrá durar siempre, y si nos quedáramos así para toda la vida,
nosotros, todos, sería horrible, un mundo todo de ciegos, no quiero imaginarlo”
(Saramago, 1995, p. 42). Sería terrible un mundo en el que todos fueran ciegos,
pero qué pasaría si en vez de ser ciegos físicos fueran todos ciegos sociales,
una colectividad en la cual todos los personajes siguen al otro sin pensar en
lo que se está haciendo, un mundo en el cual no hay esperanza porque no hay
nadie que reflexione sobre lo que se hace para poder mejorar: “Está visto que
aquí nadie puede salvarse, la ceguera también es esto, vivir en un mundo donde
se ha acabado la esperanza” (Saramago, 1995, p. 156). De acuerdo a las anteriores
definiciones se puede asumir la ceguera social como la visión estática que
tiene un personaje o un grupo social sobre el mundo, la cual solo permite creer
en sus convicciones de manera ciega y fanática, no dando lugar al diálogo con
sus oponentes ni muchos menos a un cambio en sus pensamientos ni en sus
acciones, la mayoría de veces esto lleva a que
la realidad que observa el personaje o el grupo social la va a
enfocar desde un solo punto y no podrá tener otras visiones o posturas de la
situación, siendo esta la base de las dictaduras y las grandes tragedias de la
humanidad.
La guerra del fin del mundo, publicada en 1981, es una novela del escritor peruano y
Premio Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas Llosa. José Miguel Oviedo escribe
en la introducción del libro La guerra
del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa, lo siguiente: “El drama de
Canudos es el de la ceguera del espíritu humano, que se niega a aceptar aquello
que no se adapta a la horma de sus convicciones o prejuicios, inventando una
realidad a la medida de ellos.” (p. 4) Desde esa “ceguera social” se puede
abordar la obra del escritor Vargas Llosa:
En La guerra del fin del mundo no
sólo aparecen el fanatismo religioso de Antonio Vicente Mendes Maciel, el
Consejero, sino también toda la intolerancia del credo de los republicanos, que
convierten su causa en un completo aniquilador de las fuerzas inorgánicas, en
las que creen advertir la encarnación del mal y ahogan, al sofocar la rebelión,
los justos reclamos regionales de los pobres habitantes del sertón. (Morilla
Ventura, 1985, p. 136)
En este libro se narra la historia de un pueblo del Brasil, llamado
Canudos; los habitantes de este lugar vivían en condiciones de extrema pobreza
y descuido por parte de la República; al pueblo llega un hombre que habla de
Dios y les promete una vida mejor después de la muerte porque ellos son los
elegidos para ser el ejército del bien en la tierra; con la llegada del
Consejero se crea una unidad en torno a la religión y sienten que son
importantes para algo más que sus miserables vidas: “El Consejero – les ha enseñado que todos los
seres son legítimos por el simple hecho de nacer” (p. 45). Se crea una
oportunidad de integración para los habitantes del pueblo, quienes se hacen
llamar los yagunzos, que significa los alzados, de poder encajar en su
sociedad. Como ellos siempre han sido excluidos, es más fuerte en ellos el
deseo de pertenecer a un grupo social, llegando a ser fanáticos religiosos;
este fanatismo ciega las miradas de ellos, ya que les exige que solo crean en
los mandatos que les da el Consejero:
“-Eran fanáticos –dijo el Barón, consciente
del desprecio que había en su voz-. El fanatismo mueve a la gente a actuar así.
No son razones elevadas, sublimes, las que explican siempre el heroísmo.
También, el prejuicio, la estrechez mental, las ideas más estúpidas.” (Vargas
Llosa, 1981, p. 427)
Esta ceguera se presenta en La guerra del fin del mundo en diversos
grupos sociales: los yagunzos, en la República y también en todos los que creen
tener la verdad sobre lo que sucede en Canudos, entre ellos Galileo Gall que
piensa que ellos se alzaron por buscar la revolución en contra de la República,
la liberación de la monarquía y cualquier forma de represión. En las personas
del pueblo de Canudos hay ciertos factores que permiten que se crea ciegamente
en una doctrina:
-En los muertos de hambre el instinto suele
ser más fuerte que las creencias –murmura, después de apurar hasta el final el
líquido de la escudilla, escudriñando las reacciones de Jurema-. Pueden creer disparates,
ingenuidades, tonterías. No importa. Importa lo que hacen. Han abolido la
propiedad, el matrimonio, las jerarquías sociales, rechazado la autoridad de la
iglesia y del Estado, aniquilado a una tropa. Se han enfrentado a la autoridad,
al dinero, al uniforme, a la sotana. (Vargas Llosa, 1981, p. 84)
Estos factores que influyen
en la estrechez o ceguera social de los habitantes de Canudos son: la pobreza,
la falta de educación, alimentación, vestido y vivienda digna, lo que logra que
cuando llega alguien (el Consejero) y se fija en su miseria y les da
importancia, se cree con devoción lo que
él dice:
La diversidad humana
coexistía en Canudos sin violencia, en medio de una solidaridad fraterna y un
clima de exaltación que los elegidos no habían conocido. Se sentían
verdaderamente ricos de ser pobres, hijos de Dios, privilegiados, como se los
decía cada tarde el hombre del manto lleno de agujeros. En el amor hacia él,
por lo demás, cesaban las diferencias que podían separarlos: cuando se trataba
del Consejero, esas mujeres y hombres que habían sido cientos y comenzaban a
ser miles se volvían un solo ser sumiso y reverente, dispuesto a darlo todo por
quien había sido capaz de llegar hasta su postración, su hambre y sus piojos
para infundirles esperanzas y enorgullecerlos de su destino. (Vargas Llosa,
1981, p. 81)
En los soldados (que
representan a la República) también se presenta una visión desvirtuada de la
realidad, ya que ellos piensan que lo que hacen los habitantes de Canudos es
con el fin de volver a restaurar una monarquía y acabar con la república que se
estableció después de muchas guerras:
El Séptimo Regimiento
está aquí para debelar una conspiración monárquica. Porque detrás de los
ladrones y locos fanáticos de Canudos hay una conjura contra la República. Esos
pobres diablos son un instrumento de los aristócratas que no se resignan a la
pérdida de sus privilegios, que no quieren que el Brasil sea un país moderno.
De ciertos curas fanáticos que no se resignan a la separación de la Iglesia del
Estado porque no quieren dar al César lo que corresponde al César. (Vargas
Llosa, 1981, p. 131)
Los militares creen que
están peleando por la permanencia de la República como sistema político y que
al asesinar a los habitantes de Canudos logran acabar con la insurrección,
situación que lleva a que mueran todos los habitantes de Canudos en manos de
los soldados de la República, quienes supuestamente deben proteger al pueblo y
lo que hacen es asesinar a niños, mujeres, enfermos, hombres y ancianos por sus
convicciones religiosas. Otra visión errónea de lo que se piensa pasa en
Canudos es la del revolucionario inglés
Galileo Gall, quien cree que encontró una forma de revolución política
entre los yagunzos, que no era precisamente lo que estaba ocurriendo en ese
lugar:
-No perdáis el valor,
hermanos, no sucumbáis a la desesperación. No estáis pudriéndose en vida porque
lo haya decidido un fantasma escondido tras las nubes, sino porque la sociedad
está mal hecha. Estáis así porque no coméis, porque no tenéis médicos ni
medicinas, porque nadie se ocupa de vosotros, porque sois pobres. Vuestro mal
se llama injusticia, abuso, explotación. No os resignéis, hermanos. Desde el
fondo de vuestra desgracia, rebelaos, como vuestros hermanos de Canudos. Ocupad
las tierras, las casas, apoderaos de los bienes de aquellos que se apoderaron
de vuestra juventud, que os robaron vuestra salud, vuestra humanidad… (Vargas
Llosa, 1981, p. 203)
La manera de entender lo que
ocurre con el pueblo de Canudos, está sesgada por lo que se cree que pasa, los
habitantes del pueblo piensan que vienen por ellos por sus creencias religiosas
y no están dispuestos a permitir que los obliguen a cambiar sus cultos; los
soldados creen que los yagunzos no aceptan el dinero de la República ni dejan que
nadie del gobierno entre al pueblo porque quieren derrocar la República y
restaurar la Monarquía y Galileo Gall piensa que lo que ocurre en Canudos es
una revolución; nadie se detiene a reflexionar o a dialogar con el otro grupo
para saber qué es lo que realmente sucede, creando un sangriento malentendido,
en el cual esa ceguera se da entre personas de diferentes bandos que creen que
matan a los otros por defender una causa sin que esta sea verídica. “El engaño
en que ambos grupos vivían los llevó al absurdo de la guerra. Vargas Llosa
advierte claramente el origen de los males: las ideologías, los juicios
preconcebidos o la mala fe que dominan a cada uno de estos grupos sociales.”
(Renoldi-Tocalio, 1987, p.126). Así como a la persona que sufre una pérdida total
o parcial de la visión producto de un obstáculo que le impide la llegada de los
rayos de luz hasta el nervio óptico necesita de una cirugía o un trasplante
para volver a ver, de igual manera la persona o grupo social que sufre de
ceguera social necesita quitarse las ideologías, los juicios preconcebidos, los
fanatismos y radicalismos para poder eliminar su venda mental y entender la
realidad de otra manera.
No hay peor ciego que el que no quiere ver, ya que la ceguera social tiene
solución, pero para que lleguen esos sabios rayos de luz es necesario
investigar y escuchar la otra versión de lo que está pasando, de lo
contrario se convierte la mentira, la
oscuridad y la ignorancia en una especie de verdad; en el caso de La guerra del fin del mundo, las
personas de Canudos y quienes siguen al
Consejero fielmente cometen todo tipo de crímenes (asesinatos con fusil, con
machete, con palos, usar a los niños y mujeres como carnadas para el enemigo,
etc.), con el fin defender su verdad y
todo lo que no se adapte a la horma de sus convicciones debe ser aniquilado.
“En Canudos están pasando cosas –murmura-. Los que ocuparon la hacienda del
Barón han atacado a unos soldados de Uauá. Mataron a varios, dicen.” (Vargas
Llosa, 1981, p.39).
Tan fuerte es esa invención de otra realidad y los prejuicios morales que
tienen los habitantes de Canudos que llegan a derramar sangre en nombre de la
religión, en nombre de Dios y todo aquel que se interponga en sus fines es el
“Anticristo”:
-Juro que no he sido republicano, que no acepto la expulsión del Emperador
ni su reemplazo por el Anticristo –recitó el Beatito, con intensa devoción-.
Que no acepto el matrimonio civil ni la separación de la Iglesia del Estado ni
el sistema métrico decimal. Que no responderé a las preguntas del censo. Que
nunca más robaré, ni fumaré, ni me emborracharé, ni apostaré, ni fornicaré por
vicio. Y que daré mi vida por mi religión y el Buen Jesús. (Vargas Llosa, 1981,
p. 180.)
Simplemente, se repiten los esquemas preestablecidos, es más fácil seguir
al Consejero en el caso de los habitantes de Canudos o a los tenientes en el
caso de los soldados que pensar si esos actos que están cometiendo van más allá
de la muerte de unas personas. Los habitantes de Canudos se convierten en
fanáticos de su religión, están dispuestos a dar su vida por el Consejero para
alcanzar la vida eterna. Ese seguir sin pensar convierte a las personas en
fanáticas y el fanatismo logra que la persona se preocupe o entusiasme
ciegamente por algo, pudiendo llegar a aniquilar la razón, en el caso de los
habitantes del Sertón, es un apasionamiento religioso, el Padre Joaquim le
explica al militar Moreira César sobre lo que él considera está pasando en
Canudos: “Pero ellos no se dan cuenta de lo que hacen. Es decir, son crímenes
que cometen de buena fe. Por amor de Dios, señor. Hay una gran confusión, sin
duda.” (Vargas Llosa, 1981, p. 223). Los habitantes del pueblo se comportan
como animales producto de su fanatismo; en la obra se hace una reflexión sobre
estos actos guiados por la “ceguera social”, entendido como las conductas
cometidas bajo la influencia de la pasión, ya sea religiosa, política o de
cualquier tipo, la cual lleva incluso a utilizar a los niños con fines de
guerra a quienes denominan párvulos:
Que los chiquillos de Canudos sean mensajeros –los llaman “párvulos” –ha
sido idea de Pajeú. Cuando lo propuso, en este mismo almacén, Joao dijo que era
riesgoso, no eran responsables y su memoria fallaba, pero Pajeú insistió,
refutándolo: en su experiencia los niños habían sido rápidos, eficientes y
también abnegados. (Vargas Llosa, 1981, p. 367)
En la novela hay otro grupo social que también sufre de ceguera, La
República, quienes mandan a sus soldados a matar y arrasar con todo aquel que
se oponga a sus mandatos: “Son una secta político – religiosa insubordinada
contra el gobierno constitucional del país; constituyen un Estado dentro del
Estado, pues allí no se aceptan las leyes, no son reconocidas las autoridades
ni es admitido el dinero de la república.” (Vargas Llosa, 1981, p. 46). La república se instauró después de una larga
monarquía en el Brasil, los militares y dirigentes políticos que apoyaron la
liberación de esclavos y la creación de nuevas condiciones políticas, basadas
en la libertad y la separación de la religión del gobierno. No fue fácil para
ellos lograr derrocar la monarquía por eso son paranoicos con cualquiera que
vaya en contra de sus preceptos: “La República está obligada a defenderse de
quienes, por codicia, fanatismo, ignorancia o engaño atentan contra ella y
sirven los apetitos de una casta retrógrada, interesada en mantener al Brasil
en el atraso para explotarlo mejor.” (Vargas Llosa, 1981, p. 195). Todas
estas concepciones sesgadas hicieron que se formara un absolutismo con el cual
lo único que se logró fue acabar con un pueblo y llenar de sangre las calles,
en el periódico Jornal de Noticias, se ve lo que piensan los republicanos de lo
que ocurre en Canudos:
El Partido Republicano
Progresista, a través de su Presidente, el Excmo. Sr. Diputado Don Epaminondas
Gonçalves, acusó formalmente al Gobernador del Estado de Bahía, Excmo. Sr. Don
Luis Viana, y a los grupos tradicionalmente vinculados al Barón de Cañabrava –
Ex ministro del Imperio y Ex Embajador del Emperador Pedro II ante la corona
británica- de haber atizado y armado la rebelión de Canudos, con ayuda de
Inglaterra, a fin de producir la caída de la República y la restauración de la
monarquía. (Vargas Llosa, 1981, p. 116)
Hay tres personajes en la
obra que logran aproximarse a lo que realmente ocurre en Canudos: Galileo Gall,
el Barón de Cañabrava y el periodista miope, quienes entienden la situación de
los yagunzos como algo más que lo que dicen los otros. Galileo Gall, después de
ir a Canudos, empieza a deducir que lo que hacen los habitantes de Canudos es
producto de su ignorancia, pero sus actuaciones inocentemente religiosas atacan
directamente a la iglesia y al estado:
-En los muertos de
hambre el instinto suele ser más fuerte que las creencias –murmura, después de
apurar hasta el final el líquido de la escudilla, escudriñando las reacciones
de Jurema-. Pueden creer disparates, ingenuidades, tonterías. No importa.
Importa lo que hacen. Han abolido la propiedad, el matrimonio, las jerarquías
sociales, rechazado la autoridad de la Iglesia y del Estado, aniquilado a una
tropa. Se han enfrentado a una tropa. (Vargas Llosa, 1981, p. 84)
En el caso del Barón de
Cañabrava él sabe que es imposible que unos cuantos yagunzos puedan derrocar a
la República, ya que sus fuerzas a penas les alcanzan para defender su
religión, todo el tiempo reitera que los deberían dejar en paz en su pueblo:
-En eso
consiste la maniobra –dijo el Barón-. En haber hecho creer a Río, al Gobierno,
al Ejército, que Canudos significa ese peligro. Esos miserables no tienen armas
modernas de ninguna clase. Las balas explosivas son proyectiles de limonita, o
hematita parda si prefiere el nombre técnico, un mineral que abunda en la
Sierra de Bendengó y que los sertaneros usan para sus escopetas desde siempre.
(Vargas Llosa, 1981, p. 190)
El Barón tenía claro que esas personas no eran una amenaza porque había
convivido con ellos y sabía que lo único que les interesaba en ese momento era
la salvación de su alma, que por medio de la religión se habían sentido
comprendidos en un mundo para el que ellos no valían nada, él no lograba
entender cómo era posible que mataran a esa gente pobre y miserable:
-A esos pobres diablos de Canudos los conozco bien –dijo,
sintiendo las manos húmedas-. Son ignorantes, supersticiosos, y un charlatán puede
hacerles creer que ha llegado el fin del mundo. Pero son también gente
valerosa, sufrida, con un instinto certero de la dignidad. ¿No es absurdo? Van
a sacrificarse por monárquicos y anglófilos, ellos que confunden al Emperador
Pedro II con uno de los apóstoles, que no tienen idea dónde está Inglaterra y
que esperan que el Rey Don Sebastián salga del fondo del mar a defenderlos.
(Vargas Llosa, 1981, p. 216)
Por un lado el Barón de Cañabrava sentía que era mejor dejar las cosas así,
ya que él no podía impedir el asesinato de todas esas personas porque a nadie
le interesaba escucharlo: “El Barón tuvo un estremecimiento; era como si el
mundo hubiera perdido la razón y sólo creencias ciegas, irracionales,
gobernaran la vida.” (Vargas Llosa, 1981, p. 214) Galileo Gall tampoco confiaba
en las palabras del Barón, ya que según él un terrateniente no puede entender
lo que les ocurre a los pobres:
¿Qué podía entender de sus ideales un terrateniente
aristócrata que vivía como si la Revolución Francesa no hubiera tenido lugar?
¿Alguien lo consideraba “idealismo” una mala palabra? ¿Qué podía entender de
Canudos las personas a quienes los yagunzos le arrebataron una hacienda y le
estaban quemando otra? Calumbí era, sin duda, en este momento, pasto de las
llamas. Él sí podía entender ese fuego, él sabía muy bien que no era obra del
fanatismo o de la locura. Los yagunzos estaban destruyendo el símbolo de la
opresión. (Vargas Llosa, 1981, p. 227)
Galileo Gall todo el tiempo mantuvo su posición frente a Canudos y deseó
que lo que allí ocurría ayudara a cambiar la injusticia que se presentaba con
los habitantes del pueblo de Canudos, pero esto no fue lo que aconteció, lo
único que se logró en Canudos fue el asesinato de muchas personas. El
periodista miope que tuvo que presenciar la guerra, ciego físicamente porque
perdió sus gafas, pero paradójicamente parecía más lúcido socialmente que los
otros al plantear una posible solución al conflicto de Canudos:
No, la vida había dejado de ser lógica y por eso nada
podía ser absurdo. Era la vida: había que aceptarla así o matarse. Pensaba eso,
que, aquí, algo distinto a la razón ordenaba las cosas, los hombres, el tiempo,
la muerte, algo que sería injusto llamar locura y demasiado general llamar fe,
superstición… (Vargas Llosa, 1981, p. 317)
Entender lo que pasó en Canudos como un absurdo malentendido, como una
ceguera mental general, no había otra forma, tanta destrucción y muerte no
tenían una explicación dentro de la lucidez mental, era necesario estar
confundido y sumarle a esto estupidez y crueldad: “-¿LOCURA, malentendidos? No
basta, no explica todo – murmuró el Barón de Cañabrava ha habido también
estupidez y crueldad.” (Vargas Llosa, 1981, p. 325). La crueldad vuelve a las
personas insensibles, y entre tanta muerte ya daba igual que muriera uno más o
uno menos: “Es más fácil imaginar la muerte de una persona que la de cien o mil
–murmuró el Barón-. Multiplicado, el sufrimiento se vuelve abstracto. No es
fácil conmoverse por cosas abstractas.” (Vargas Llosa, 1981, p. 329). Con una
visión mental distorsionada o totalmente nula se logran cometer genocidios que
se asumen como algo natural; en la guerra, el enemigo no es un ser humano, es
un ser que se debe acabar para “poder” restablecer el orden que todos sabemos
jamás ha existido del todo. En el caso de Canudos cuando ellos estaban
intentando darle un sentido a su vida diferente al de la miseria fueron
aniquilados, como si a los pobres jamás se les permitiera ser felices.
El autor de La guerra del fin del mundo, Mario
Vargas Llosa, tiene una visión muy diferente de la vida que lo que tienen los
diferentes bandos sociales de Canudos, él pretende llegar con sus obras a todas
las sociedades, llevar fuego por medio de la literatura, la libertad de
pensamiento y de expresión, poder criticar y aceptar ser criticado, no ser
conformista, agitar y alarmar, mantener a los hombres en constante razón, en
constante obligación de buscar la verdad, esa luz que pone fin a la ceguera
social e intelectual. En el discurso que Mario Vargas Llosa dio en 2010 cuando
se ganó el Premio Nobel de Literatura dice lo siguiente:
Igual que escribir, leer
es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo
que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida
tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la
condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder
vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas
disponemos de una sola. (p. 2)
BIBLIOGRAFÍA
Angvik, Birger (1963
– 2003). La narración como exorcismo:
Mario Vargas Llosa, obras. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Autores Varios (2008). Las guerras de
este mundo: Sociedad, poder y ficción en la obra de Mario Vargas Llosa. Lima:
Editorial Planeta Perú.
Morilla Ventura, Enriqueta (1985). Historia
de la Literatura Latinoamericana. Volumen V – La Nueva Narrativa
Latinoamericana. Bogotá: Editorial Oveja Negra Ltda.
Saramago, José (1995). Ensayo sobre
la ceguera. Madrid: Santillana, S.A.
Tocalio, Renoldi (1987). Polifonía e
ideología en la guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa. New York: State University of at Albany.
Vargas Llosa, Mario (2010). La guerra del fin del mundo. Bogotá: Editora
Taurus, S.A.
Vilela, Sergio (2010). Mario Vargas
Llosa: La libertad y la vida. Lima: Editorial Planeta Perú.
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