viernes, 7 de julio de 2017

LA CEGUERA EN LA NOVELA LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO, DE MARIO VARGAS LLOSA.

“Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver,
pero que no miran.”
José Saramago


Cuando una persona no puede ver los objetos se habla de una ceguera física que puede ser ocasionada porque fallan sus ojos o la parte de su cerebro que se encarga de reproducir en su mente las formas, los colores, las texturas, en fin, todo lo que nos permite saber qué hay en nuestro rededor, pero no es esta ceguera la que me interesa para este trabajo sino la ceguera social, la cual la pretendo desarrollar en algunos de los personajes o grupos sociales en la obra La guerra del fin del mundo. La ceguera social no se produce  por problemas físicos, ya que la persona puede ver los objetos y describirlos, sino es más un problema de concepción frente al mundo, un problema de extremo fanatismo y radicalidad en la visión de la vida. Esta ceguera a la que me refiero es parecida a la que les ocurre a los personajes de Ensayo sobre la ceguera, novela publicada en 1995, del escritor portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura en 1998, quien dice lo siguiente sobre su obra:

El profundo egoísmo que marca a los distintos personajes en la lucha por la supervivencia, se convierte en una parábola de la sociedad actual, trascendiendo así el significado de ceguera más allá de la propia enfermedad física. (Saramago)

En Ensayo sobre la ceguera hay una epidemia de ciegos, pero no quedan viendo todo negro, como se supone que es la ceguera normal en la obra, sino blanco, a medida que va avanzando la novela se va definiendo lo que les está pasando a los diferentes personajes, ya que no es normal que se vuelva contagiosa una enfermedad que hasta el momento no lo había sido: “Pero esta ceguera es tan anormal, tan fuera de lo que la ciencia conoce, que no podrá durar siempre, y si nos quedáramos así para toda la vida, nosotros, todos, sería horrible, un mundo todo de ciegos, no quiero imaginarlo” (Saramago, 1995, p. 42). Sería terrible un mundo en el que todos fueran ciegos, pero qué pasaría si en vez de ser ciegos físicos fueran todos ciegos sociales, una colectividad en la cual todos los personajes siguen al otro sin pensar en lo que se está haciendo, un mundo en el cual no hay esperanza porque no hay nadie que reflexione sobre lo que se hace para poder mejorar: “Está visto que aquí nadie puede salvarse, la ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza” (Saramago, 1995, p. 156). De acuerdo a las anteriores definiciones se puede asumir la ceguera social como la visión estática que tiene un personaje o un grupo social sobre el mundo, la cual solo permite creer en sus convicciones de manera ciega y fanática, no dando lugar al diálogo con sus oponentes ni muchos menos a un cambio en sus pensamientos ni en sus acciones, la mayoría de veces esto lleva a que  la realidad que  observa  el personaje o el grupo social la va a enfocar desde un solo punto y no podrá tener otras visiones o posturas de la situación, siendo esta la base de las dictaduras y las grandes tragedias de la humanidad.

La guerra del fin del mundo, publicada en 1981, es una novela del escritor peruano y Premio Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas Llosa. José Miguel Oviedo escribe en la introducción del libro La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa, lo siguiente: “El drama de Canudos es el de la ceguera del espíritu humano, que se niega a aceptar aquello que no se adapta a la horma de sus convicciones o prejuicios, inventando una realidad a la medida de ellos.” (p. 4) Desde esa “ceguera social” se puede abordar la obra del escritor Vargas Llosa:

En La guerra del fin del mundo no sólo aparecen el fanatismo religioso de Antonio Vicente Mendes Maciel, el Consejero, sino también toda la intolerancia del credo de los republicanos, que convierten su causa en un completo aniquilador de las fuerzas inorgánicas, en las que creen advertir la encarnación del mal y ahogan, al sofocar la rebelión, los justos reclamos regionales de los pobres habitantes del sertón. (Morilla Ventura, 1985, p. 136)

En este libro se narra la historia de un pueblo del Brasil, llamado Canudos; los habitantes de este lugar vivían en condiciones de extrema pobreza y descuido por parte de la República; al pueblo llega un hombre que habla de Dios y les promete una vida mejor después de la muerte porque ellos son los elegidos para ser el ejército del bien en la tierra; con la llegada del Consejero se crea una unidad en torno a la religión y sienten que son importantes para algo más que sus miserables vidas: “El   Consejero – les ha enseñado que todos los seres son legítimos por el simple hecho de nacer” (p. 45). Se crea una oportunidad de integración para los habitantes del pueblo, quienes se hacen llamar los yagunzos, que significa los alzados, de poder encajar en su sociedad. Como ellos siempre han sido excluidos, es más fuerte en ellos el deseo de pertenecer a un grupo social, llegando a ser fanáticos religiosos; este fanatismo ciega las miradas de ellos, ya que les exige que solo crean en los mandatos que les da el Consejero:

 “-Eran fanáticos –dijo el Barón, consciente del desprecio que había en su voz-. El fanatismo mueve a la gente a actuar así. No son razones elevadas, sublimes, las que explican siempre el heroísmo. También, el prejuicio, la estrechez mental, las ideas más estúpidas.” (Vargas Llosa, 1981, p. 427)

Esta ceguera se presenta en La guerra del fin del mundo en diversos grupos sociales: los yagunzos, en la República y también en todos los que creen tener la verdad sobre lo que sucede en Canudos, entre ellos Galileo Gall que piensa que ellos se alzaron por buscar la revolución en contra de la República, la liberación de la monarquía y cualquier forma de represión. En las personas del pueblo de Canudos hay ciertos factores que permiten que se crea ciegamente en una doctrina:

  -En los muertos de hambre el instinto suele ser más fuerte que las creencias –murmura, después de apurar hasta el final el líquido de la escudilla, escudriñando las reacciones de Jurema-. Pueden creer disparates, ingenuidades, tonterías. No importa. Importa lo que hacen. Han abolido la propiedad, el matrimonio, las jerarquías sociales, rechazado la autoridad de la iglesia y del Estado, aniquilado a una tropa. Se han enfrentado a la autoridad, al dinero, al uniforme, a la sotana. (Vargas Llosa, 1981, p. 84)

Estos factores que influyen en la estrechez o ceguera social de los habitantes de Canudos son: la pobreza, la falta de educación, alimentación, vestido y vivienda digna, lo que logra que cuando llega alguien (el Consejero) y se fija en su miseria y les da importancia, se cree con devoción  lo que él dice:

La diversidad humana coexistía en Canudos sin violencia, en medio de una solidaridad fraterna y un clima de exaltación que los elegidos no habían conocido. Se sentían verdaderamente ricos de ser pobres, hijos de Dios, privilegiados, como se los decía cada tarde el hombre del manto lleno de agujeros. En el amor hacia él, por lo demás, cesaban las diferencias que podían separarlos: cuando se trataba del Consejero, esas mujeres y hombres que habían sido cientos y comenzaban a ser miles se volvían un solo ser sumiso y reverente, dispuesto a darlo todo por quien había sido capaz de llegar hasta su postración, su hambre y sus piojos para infundirles esperanzas y enorgullecerlos de su destino. (Vargas Llosa, 1981, p. 81)

En los soldados (que representan a la República) también se presenta una visión desvirtuada de la realidad, ya que ellos piensan que lo que hacen los habitantes de Canudos es con el fin de volver a restaurar una monarquía y acabar con la república que se estableció después de muchas guerras:

El Séptimo Regimiento está aquí para debelar una conspiración monárquica. Porque detrás de los ladrones y locos fanáticos de Canudos hay una conjura contra la República. Esos pobres diablos son un instrumento de los aristócratas que no se resignan a la pérdida de sus privilegios, que no quieren que el Brasil sea un país moderno. De ciertos curas fanáticos que no se resignan a la separación de la Iglesia del Estado porque no quieren dar al César lo que corresponde al César. (Vargas Llosa, 1981, p. 131)

Los militares creen que están peleando por la permanencia de la República como sistema político y que al asesinar a los habitantes de Canudos logran acabar con la insurrección, situación que lleva a que mueran todos los habitantes de Canudos en manos de los soldados de la República, quienes supuestamente deben proteger al pueblo y lo que hacen es asesinar a niños, mujeres, enfermos, hombres y ancianos por sus convicciones religiosas. Otra visión errónea de lo que se piensa pasa en Canudos es la del revolucionario inglés  Galileo Gall, quien cree que encontró una forma de revolución política entre los yagunzos, que no era precisamente lo que estaba ocurriendo en ese lugar:

-No perdáis el valor, hermanos, no sucumbáis a la desesperación. No estáis pudriéndose en vida porque lo haya decidido un fantasma escondido tras las nubes, sino porque la sociedad está mal hecha. Estáis así porque no coméis, porque no tenéis médicos ni medicinas, porque nadie se ocupa de vosotros, porque sois pobres. Vuestro mal se llama injusticia, abuso, explotación. No os resignéis, hermanos. Desde el fondo de vuestra desgracia, rebelaos, como vuestros hermanos de Canudos. Ocupad las tierras, las casas, apoderaos de los bienes de aquellos que se apoderaron de vuestra juventud, que os robaron vuestra salud, vuestra humanidad… (Vargas Llosa, 1981, p. 203)

La manera de entender lo que ocurre con el pueblo de Canudos, está sesgada por lo que se cree que pasa, los habitantes del pueblo piensan que vienen por ellos por sus creencias religiosas y no están dispuestos a permitir que los obliguen a cambiar sus cultos; los soldados creen que los yagunzos no aceptan el dinero de la República ni dejan que nadie del gobierno entre al pueblo porque quieren derrocar la República y restaurar la Monarquía y Galileo Gall piensa que lo que ocurre en Canudos es una revolución; nadie se detiene a reflexionar o a dialogar con el otro grupo para saber qué es lo que realmente sucede, creando un sangriento malentendido, en el cual esa ceguera se da entre personas de diferentes bandos que creen que matan a los otros por defender una causa sin que esta sea verídica. “El engaño en que ambos grupos vivían los llevó al absurdo de la guerra. Vargas Llosa advierte claramente el origen de los males: las ideologías, los juicios preconcebidos o la mala fe que dominan a cada uno de estos grupos sociales.” (Renoldi-Tocalio, 1987, p.126). Así como a la persona que sufre una pérdida total o parcial de la visión producto de un obstáculo que le impide la llegada de los rayos de luz hasta el nervio óptico necesita de una cirugía o un trasplante para volver a ver, de igual manera la persona o grupo social que sufre de ceguera social necesita quitarse las ideologías, los juicios preconcebidos, los fanatismos y radicalismos para poder eliminar su venda mental y entender la realidad de otra manera.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, ya que la ceguera social tiene solución, pero para que lleguen esos sabios rayos de luz es necesario investigar y escuchar la otra versión de lo que está pasando, de lo contrario  se convierte la mentira, la oscuridad y la ignorancia en una especie de verdad; en el caso de La guerra del fin del mundo, las personas de Canudos  y quienes siguen al Consejero fielmente cometen todo tipo de crímenes (asesinatos con fusil, con machete, con palos, usar a los niños y mujeres como carnadas para el enemigo, etc.),  con el fin defender su verdad y todo lo que no se adapte a la horma de sus convicciones debe ser aniquilado. “En Canudos están pasando cosas –murmura-. Los que ocuparon la hacienda del Barón han atacado a unos soldados de Uauá. Mataron a varios, dicen.” (Vargas Llosa, 1981, p.39).
Tan fuerte es esa invención de otra realidad y los prejuicios morales que tienen los habitantes de Canudos que llegan a derramar sangre en nombre de la religión, en nombre de Dios y todo aquel que se interponga en sus fines es el “Anticristo”:

-Juro que no he sido republicano, que no acepto la expulsión del Emperador ni su reemplazo por el Anticristo –recitó el Beatito, con intensa devoción-. Que no acepto el matrimonio civil ni la separación de la Iglesia del Estado ni el sistema métrico decimal. Que no responderé a las preguntas del censo. Que nunca más robaré, ni fumaré, ni me emborracharé, ni apostaré, ni fornicaré por vicio. Y que daré mi vida por mi religión y el Buen Jesús. (Vargas Llosa, 1981, p. 180.)

Simplemente, se repiten los esquemas preestablecidos, es más fácil seguir al Consejero en el caso de los habitantes de Canudos o a los tenientes en el caso de los soldados que pensar si esos actos que están cometiendo van más allá de la muerte de unas personas. Los habitantes de Canudos se convierten en fanáticos de su religión, están dispuestos a dar su vida por el Consejero para alcanzar la vida eterna. Ese seguir sin pensar convierte a las personas en fanáticas y el fanatismo logra que la persona se preocupe o entusiasme ciegamente por algo, pudiendo llegar a aniquilar la razón, en el caso de los habitantes del Sertón, es un apasionamiento religioso, el Padre Joaquim le explica al militar Moreira César sobre lo que él considera está pasando en Canudos: “Pero ellos no se dan cuenta de lo que hacen. Es decir, son crímenes que cometen de buena fe. Por amor de Dios, señor. Hay una gran confusión, sin duda.” (Vargas Llosa, 1981, p. 223). Los habitantes del pueblo se comportan como animales producto de su fanatismo; en la obra se hace una reflexión sobre estos actos guiados por la “ceguera social”, entendido como las conductas cometidas bajo la influencia de la pasión, ya sea religiosa, política o de cualquier tipo, la cual lleva incluso a utilizar a los niños con fines de guerra a quienes denominan párvulos:

Que los chiquillos de Canudos sean mensajeros –los llaman “párvulos” –ha sido idea de Pajeú. Cuando lo propuso, en este mismo almacén, Joao dijo que era riesgoso, no eran responsables y su memoria fallaba, pero Pajeú insistió, refutándolo: en su experiencia los niños habían sido rápidos, eficientes y también abnegados. (Vargas Llosa, 1981, p. 367)

En la novela hay otro grupo social que también sufre de ceguera, La República, quienes mandan a sus soldados a matar y arrasar con todo aquel que se oponga a sus mandatos: “Son una secta político – religiosa insubordinada contra el gobierno constitucional del país; constituyen un Estado dentro del Estado, pues allí no se aceptan las leyes, no son reconocidas las autoridades ni es admitido el dinero de la república.” (Vargas Llosa, 1981, p. 46).  La república se instauró después de una larga monarquía en el Brasil, los militares y dirigentes políticos que apoyaron la liberación de esclavos y la creación de nuevas condiciones políticas, basadas en la libertad y la separación de la religión del gobierno. No fue fácil para ellos lograr derrocar la monarquía por eso son paranoicos con cualquiera que vaya en contra de sus preceptos: “La República está obligada a defenderse de quienes, por codicia, fanatismo, ignorancia o engaño atentan contra ella y sirven los apetitos de una casta retrógrada, interesada en mantener al Brasil en el atraso para explotarlo mejor.” (Vargas Llosa, 1981, p. 195). Todas estas concepciones sesgadas hicieron que se formara un absolutismo con el cual lo único que se logró fue acabar con un pueblo y llenar de sangre las calles, en el periódico Jornal de Noticias, se ve lo que piensan los republicanos de lo que ocurre en Canudos:

El Partido Republicano Progresista, a través de su Presidente, el Excmo. Sr. Diputado Don Epaminondas Gonçalves, acusó formalmente al Gobernador del Estado de Bahía, Excmo. Sr. Don Luis Viana, y a los grupos tradicionalmente vinculados al Barón de Cañabrava – Ex ministro del Imperio y Ex Embajador del Emperador Pedro II ante la corona británica- de haber atizado y armado la rebelión de Canudos, con ayuda de Inglaterra, a fin de producir la caída de la República y la restauración de la monarquía. (Vargas Llosa, 1981, p. 116)


Hay tres personajes en la obra que logran aproximarse a lo que realmente ocurre en Canudos: Galileo Gall, el Barón de Cañabrava y el periodista miope, quienes entienden la situación de los yagunzos como algo más que lo que dicen los otros. Galileo Gall, después de ir a Canudos, empieza a deducir que lo que hacen los habitantes de Canudos es producto de su ignorancia, pero sus actuaciones inocentemente religiosas atacan directamente a la iglesia y al estado:

-En los muertos de hambre el instinto suele ser más fuerte que las creencias –murmura, después de apurar hasta el final el líquido de la escudilla, escudriñando las reacciones de Jurema-. Pueden creer disparates, ingenuidades, tonterías. No importa. Importa lo que hacen. Han abolido la propiedad, el matrimonio, las jerarquías sociales, rechazado la autoridad de la Iglesia y del Estado, aniquilado a una tropa. Se han enfrentado a una tropa. (Vargas Llosa, 1981, p. 84)

En el caso del Barón de Cañabrava él sabe que es imposible que unos cuantos yagunzos puedan derrocar a la República, ya que sus fuerzas a penas les alcanzan para defender su religión, todo el tiempo reitera que los deberían dejar en paz en su pueblo:

-En eso consiste la maniobra –dijo el Barón-. En haber hecho creer a Río, al Gobierno, al Ejército, que Canudos significa ese peligro. Esos miserables no tienen armas modernas de ninguna clase. Las balas explosivas son proyectiles de limonita, o hematita parda si prefiere el nombre técnico, un mineral que abunda en la Sierra de Bendengó y que los sertaneros usan para sus escopetas desde siempre. (Vargas Llosa, 1981, p. 190)

El Barón tenía claro que esas personas no eran una amenaza porque había convivido con ellos y sabía que lo único que les interesaba en ese momento era la salvación de su alma, que por medio de la religión se habían sentido comprendidos en un mundo para el que ellos no valían nada, él no lograba entender cómo era posible que mataran a esa gente pobre y miserable:

-A esos pobres diablos de Canudos los conozco bien –dijo, sintiendo las manos húmedas-. Son ignorantes, supersticiosos, y un charlatán puede hacerles creer que ha llegado el fin del mundo. Pero son también gente valerosa, sufrida, con un instinto certero de la dignidad. ¿No es absurdo? Van a sacrificarse por monárquicos y anglófilos, ellos que confunden al Emperador Pedro II con uno de los apóstoles, que no tienen idea dónde está Inglaterra y que esperan que el Rey Don Sebastián salga del fondo del mar a defenderlos. (Vargas Llosa, 1981, p. 216)

Por un lado el Barón de Cañabrava sentía que era mejor dejar las cosas así, ya que él no podía impedir el asesinato de todas esas personas porque a nadie le interesaba escucharlo: “El Barón tuvo un estremecimiento; era como si el mundo hubiera perdido la razón y sólo creencias ciegas, irracionales, gobernaran la vida.” (Vargas Llosa, 1981, p. 214) Galileo Gall tampoco confiaba en las palabras del Barón, ya que según él un terrateniente no puede entender lo que les ocurre a los pobres:

¿Qué podía entender de sus ideales un terrateniente aristócrata que vivía como si la Revolución Francesa no hubiera tenido lugar? ¿Alguien lo consideraba “idealismo” una mala palabra? ¿Qué podía entender de Canudos las personas a quienes los yagunzos le arrebataron una hacienda y le estaban quemando otra? Calumbí era, sin duda, en este momento, pasto de las llamas. Él sí podía entender ese fuego, él sabía muy bien que no era obra del fanatismo o de la locura. Los yagunzos estaban destruyendo el símbolo de la opresión. (Vargas Llosa, 1981, p.  227)

Galileo Gall todo el tiempo mantuvo su posición frente a Canudos y deseó que lo que allí ocurría ayudara a cambiar la injusticia que se presentaba con los habitantes del pueblo de Canudos, pero esto no fue lo que aconteció, lo único que se logró en Canudos fue el asesinato de muchas personas. El periodista miope que tuvo que presenciar la guerra, ciego físicamente porque perdió sus gafas, pero paradójicamente parecía más lúcido socialmente que los otros al plantear una posible solución al conflicto de Canudos:

No, la vida había dejado de ser lógica y por eso nada podía ser absurdo. Era la vida: había que aceptarla así o matarse. Pensaba eso, que, aquí, algo distinto a la razón ordenaba las cosas, los hombres, el tiempo, la muerte, algo que sería injusto llamar locura y demasiado general llamar fe, superstición… (Vargas Llosa, 1981, p. 317)

Entender lo que pasó en Canudos como un absurdo malentendido, como una ceguera mental general, no había otra forma, tanta destrucción y muerte no tenían una explicación dentro de la lucidez mental, era necesario estar confundido y sumarle a esto estupidez y crueldad: “-¿LOCURA, malentendidos? No basta, no explica todo – murmuró el Barón de Cañabrava ha habido también estupidez y crueldad.” (Vargas Llosa, 1981, p. 325). La crueldad vuelve a las personas insensibles, y entre tanta muerte ya daba igual que muriera uno más o uno menos: “Es más fácil imaginar la muerte de una persona que la de cien o mil –murmuró el Barón-. Multiplicado, el sufrimiento se vuelve abstracto. No es fácil conmoverse por cosas abstractas.” (Vargas Llosa, 1981, p. 329). Con una visión mental distorsionada o totalmente nula se logran cometer genocidios que se asumen como algo natural; en la guerra, el enemigo no es un ser humano, es un ser que se debe acabar para “poder” restablecer el orden que todos sabemos jamás ha existido del todo. En el caso de Canudos cuando ellos estaban intentando darle un sentido a su vida diferente al de la miseria fueron aniquilados, como si a los pobres jamás se les permitiera ser felices.
El autor de La guerra del fin del mundo, Mario Vargas Llosa, tiene una visión muy diferente de la vida que lo que tienen los diferentes bandos sociales de Canudos, él pretende llegar con sus obras a todas las sociedades, llevar fuego por medio de la literatura, la libertad de pensamiento y de expresión, poder criticar y aceptar ser criticado, no ser conformista, agitar y alarmar, mantener a los hombres en constante razón, en constante obligación de buscar la verdad, esa luz que pone fin a la ceguera social e intelectual. En el discurso que Mario Vargas Llosa dio en 2010 cuando se ganó el Premio Nobel de Literatura dice lo siguiente:

Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola. (p. 2)


BIBLIOGRAFÍA

Angvik, Birger (1963 – 2003). La narración como exorcismo: Mario Vargas Llosa, obras. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

Autores Varios (2008). Las guerras de este mundo: Sociedad, poder y ficción en la obra de Mario Vargas Llosa. Lima: Editorial Planeta Perú.

Morilla Ventura, Enriqueta (1985). Historia de la Literatura Latinoamericana. Volumen V – La Nueva Narrativa Latinoamericana. Bogotá: Editorial Oveja Negra Ltda.

Saramago, José (1995). Ensayo sobre la ceguera. Madrid: Santillana, S.A.

Tocalio, Renoldi (1987). Polifonía e ideología en la guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa. New York: State University of at Albany.

Vargas Llosa, Mario (2010). La guerra del fin del mundo. Bogotá: Editora Taurus, S.A.


Vilela, Sergio (2010). Mario Vargas Llosa: La libertad y la vida. Lima: Editorial Planeta Perú. 

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