“García Márquez tiene memoria de rumiante, y como tal,
apela al trabajo antes que a la inspiración, a la artesanía antes que al golpe
de fortuna”
Conrado Zuluaga
En El coronel no tiene quien le
escriba, de Gabriel García Márquez, novela publicada en 1961, se puede
apreciar, a través del “meticuloso, ordenado, elíptico y transparente narrador”
(Saldívar, 1997, p. 249), la figura del coronel: “uno de los grandes personajes
de la novela latinoamericana de todas las épocas” (Vargas, 2011, p.35). Debido a la relación que el militar y los
otros personajes generan con el gallo, este se configura como una representación
de la libertad política.
A lo largo de la novela, es posible descubrir que, tanto el coronel, como
su esposa, son los dueños del gallo, pero este hecho es asumido, de manera
diferente, por cada uno de los habitantes del pueblo, pues, tal y como se
manifiesta en la obra: “Dijeron que el gallo no era nuestro sino de todo el
pueblo” (García Márquez, 2011, p. 69).
Aspecto que devela cómo este simple animal empieza a sufrir una
transformación en el imaginario colectivo, es decir, en los lugareños, quienes,
de forma directa o indirecta, van encontrando en este ser vivo un sentido de
pertenencia a partir de una serie de factores que se van desarrollando en el
transcurrir de la obra, pues el ambiente que se respira es el de la represión,
en el que impera “el estado de sitio” (García Márquez, 2011, p. 13).
El eminente crítico literario, Ángel Rama, expresa que “no se puede evitar
la asociación entre el gallito de pelea y el pueblo joven decidido a luchar”
(Rama, 2011, p. 69). Este aspecto es
rastreable en la novela de García Márquez, ya que aquel animal, que al
principio de la obra está “amarrado a la pata de la cama. Era un gallo de
pelea” (García Márquez, 2011, p. 8) va
generando miradas entre los integrantes del pueblo porque, según las leyes que
imperan en el lugar en el que se desarrolla la obra, se vive una situación de
censura, muy al estilo de la que se describe en Memoria de mis putas tristes, pues, según el narrador de esta obra:
“[…] con los cambios políticos y el deterioro del mundo, nadie del gobierno
pensaba en las artes ni las letras” (García Márquez, 2004, p. 99.). Esa situación “tensa” que se vive en la obra
en la que Delgadina y el sabio desarrollan sus pasiones, tiene un elemento
común en El coronel no tiene quien le
escriba: Agustín estaba muerto por razones asociadas a su ideal
político. Al respecto, Escobar Isaza
manifiesta que “el gallo, que había pertenecido a Agustín – el hijo muerto por
las balas del régimen opresor – y ahora se hallaba bajo la custodia del viejo,
según lo comprendió por fin el coronel, pertenecía en realidad al pueblo
entero, como símbolo que era – pensará nuestro intérprete – de su auténtica
riqueza” (Escobar, 2011, p. 17). En la
obra, se vislumbra un clima de violencia, del cual el coronel es testigo: “Es
el primer muerto de muerte natural que tenemos en muchos años” (García Márquez,
2011, p. 10). Aunque este hecho no está
relacionado con Agustín, su hijo, las palabras del coronel evidencian el clima
violento en el que impera “el estado de sitio” (García Márquez, 2011, p.
13). Sumado a eso, el coronel enfatiza
en ese clima político en el que, como él mismo lo expresa: “Desde que hay
censura los periódicos no hablan sino de Europa” (García Márquez, 2011, p. 27.)
Hay que tener presente que los amigos de Agustín, tal y como los describe
el narrador: “oficiales de sastrería, como lo fue él, y fanáticos de la
gallera” (García Márquez, 2011, p. 15) representan esa oposición al sistema
político que se vive en el pueblo, el cual, según el narrador, está
representado en el poder de la policía (García Márquez, 2011, p. 63). En la obra se hace evidente que el gallo se
asume como esa forma de escape a esa realidad que carcome a los habitantes del
pueblo, de ahí la adhesión de los compañeros de Agustín y por ende, del coronel
y de todo el pueblo, a la gallera, ya que este lugar se convierte en el centro
y símbolo de su libertad. El gallo,
“herencia del hijo acribillado nueve meses antes en la gallera, por distribuir
información clandestina” (García Márquez, 2011, p. 15), empieza a ser
considerado como esa válvula de salida a ese contexto de impotencia en el que
se resuelven las diferencias, de manera violenta. Como lo afirma el narrador, el hijo del
coronel tenía nexos con grupos al margen de la ley, razón por la cual fue asesinado. Su padre hereda el gallo, el cual se
convierte en una forma de heredar esa “culpa”, esa mácula, al estilo de las
tragedias griegas que tanto han marcado la literatura y el cine que ha surgido
de la mano de Gabriel García Márquez: Edipo
alcalde y Tiempo de morir,
producciones cinematográficas en las que el novelista, desde su condición de
guionista, dio vida a historias en las que los componentes de Sófocles
estuvieron presentes (García Márquez, 1982, p. 124), como lo afirmó en la serie
de conversaciones, dadas a conocer en El
olor de la guayaba.
Además, el pueblo coexistía con “toques de queda” (García Márquez, 2011, p.
28) que, de una u otra manera, restringían el libre actuar de los
personajes. En el imaginario de ellos,
como es el caso de Germán, se evidencia una insistencia en cuanto al hecho de
que el coronel mantenga el gallo y que, como lo expresa este compañero de
Agustín: “Lo importante es que sea usted quien ponga en la gallera el gallo de
Agustín” (García Márquez, 2011, p. 42).
Sumado a este hecho, el clima del pueblo invitaba al silencio. Prueba de ello, es el letrero que estaba en
la sastrería: “Prohibido hablar de política” (García Márquez, 2011, p.
31). Este elemento es una prueba
fehaciente de que el ambiente que se respira en la obra atentaba contra toda
libertad de expresión y se agudizaba, aún más, si esta tenía relación con la
política. De ahí que como afirma Escobar
Isaza: “el gallo era el símbolo de la fuerza popular reprimida” (García
Márquez, 2011, p. 15). Ante una
situación de represión, la gallera y, por ende, el gallo del coronel, se
asumían en un símbolo de esa libertad anhelada, esa construcción colectiva que
hacía ver en este animal algo más que un ser vivo, casi como un “ser humano”
(García Márquez, 2011, p. 47), un puente hacia un cambio en el nivel político-social. Al respecto, Escobar Isaza expresa acerca del
gallo que este le brindaba una auténtica vida, “[…] pues llevándolo cargado pensó que nunca había tenido una cosa tan
viva entre las manos”. Esa vida que
le transmite este animal, se transfiere al pueblo que se convierten en dueños
del gallo y ven en él, ese poder, esa representación de la libertad política
que tanto anhelan y que podría modificar su “realidad”, la cual estaba llena de
“toques de queda”, “estados de sitio”, que los arrojaba a situaciones
“clandestinas”, pues, es evidente que vivían en un “régimen opresor” (Escobar,
2011, p. 17) que aniquilaba a quien se opusiera a sus ideas, como fue el caso
de Agustín.
Conrado Zuluaga, biógrafo de García Márquez, expresa que:
[…] la atmósfera política está sobrecargada de tensión. Los tres meses que dura la narración parecen
un delicado paréntesis, entre una serie de situaciones de violencia que se
vivieron en el pasado y la pausada y agobiante formación de nubes oscuras,
cargadas de tormenta, que se avizoran en el horizonte” (Zuluaga, 2011, p. 24).
Esa “tensión” es la que se genera en torno al gallo y se convierte en ese
símbolo del cambio, del recuerdo de Agustín, como ese adalid de la oposición y
representante de la clandestinidad. Esa
encomienda es aceptada por su padre, el coronel, quien aviva el deseo de
mantener vivo el gallo como una manera de darle continuidad a ese ideal
político de la oposición que ha cobrado víctimas de la violencia. El narrador
enfatiza, en un momento cumbre de la obra, que el coronel “Comprendió que había
caído fatalmente en una batida de la policía con la hoja clandestina en el
bolsillo […] Vio de cerca, por la primera vez en su vida, al hombre que disparó
contra su hijo” (García Márquez, 2011, p. 63.)
A partir de este hecho, se reafirma ese clima violento en el que un
representante de la policía, como lo describe el narrador: “Estaba exactamente
frente a él con el cañón del fusil apuntando contra su vientre” (García
Márquez, 2011, p. 63.). Hecho que
ilustra ese ambiente violento en el que unos gobiernan y otros asumen, de
manera sumisa, el poder ejercido sobre ellos.
En torno a esto, Dasso Saldívar, biógrafo de García Márquez, señala que
en El coronel no tiene quien le escriba y
otras novelas “se irían ampliando y enriqueciendo los temas del poder y la
violencia” (Saldívar, 1997, p. 305) que, en este caso, gracias a la presencia
del gallo, este se convierte en una figura en la que el coronel, su esposa y
todos los habitantes del pueblo cifran sus esperanzas de cambio político y
social, pues, no hay otra manera de generar oposición a ese régimen que está
presente en el pueblo.
Es por ello que el gallo, en la obra de García Márquez, es ese “aliciente”
(Zuluaga, 2011, p. 25) que da vida a la esperanza de un cambio político que
permite a los habitantes del pueblo, hallar una forma de vida acorde a sus
principios en la que la violencia no sea que la impere y en el que los muertos
sean de “muerte natural”. Una manera de
reivindicarse ante las atrocidades del poder ejercido por los poderosos y optar
por su única forma de escapar de esa realidad: la gallera, vista como ese lugar
en el que todos pueden llegar a ser transgresores de ese régimen que actúa
sobre ellos.
BIBLIOGRAFÍA
ESCOBAR ISAZA, Javier. (2011). “Una proclama en pro de la ingenuidad”. En: El coronel no tiene quien le escriba.
Bogotá, Editorial Norma.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. (1982). Conversaciones con Plinio Apuleyo
Mendoza. “El olor de la guayaba”. Bogotá: Editorial La Oveja Negra Ltda.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel.
(2004). Memoria de mis putas tristes. Bogotá:
Grupo Editorial Random House Mondadori, S. L.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. (2011). El coronel no tiene quien le escriba. Bogotá: Editorial Norma.
RAMA, Ángel. “A propósito de García Márquez y su obra”. En: El coronel no tiene quien le escriba.
Bogotá, Editorial Norma.
SALDÍVAR, Dasso. (1997). García
Márquez. El viaje a la semilla. La
biografía. Bogotá: Santillana, S. A.
VARGAS CANTILLO, Germán. “Acerca de El
coronel no tiene quien le escriba”. En: El coronel no tiene quien le escriba.
Bogotá, Editorial Norma.
ZULUAGA, Conrado. (2011). “La espera del viejo combatiente”. En: El coronel no tiene quien le escriba.
Bogotá, Editorial Norma.
ZULUAGA, Conrado. (2007). “Prólogo”.
En: OLIVEIRA CASTRO, Margret S. de. La lengua ladina de García Márquez. (2007). Bogotá: Editorial Panamericana.
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