viernes, 7 de julio de 2017

EL GALLO COMO REPRESENTACIÓN DE LA LIBERTAD POLÍTICA EN EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA, DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


“García Márquez tiene memoria de rumiante, y como tal, apela al trabajo antes que a la inspiración, a la artesanía antes que al golpe de fortuna”

Conrado Zuluaga

En El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez, novela publicada en 1961, se puede apreciar, a través del “meticuloso, ordenado, elíptico y transparente narrador” (Saldívar, 1997, p. 249), la figura del coronel: “uno de los grandes personajes de la novela latinoamericana de todas las épocas” (Vargas, 2011, p.35).  Debido a la relación que el militar y los otros personajes generan con el gallo, este se configura como una representación de la libertad política.

A lo largo de la novela, es posible descubrir que, tanto el coronel, como su esposa, son los dueños del gallo, pero este hecho es asumido, de manera diferente, por cada uno de los habitantes del pueblo, pues, tal y como se manifiesta en la obra: “Dijeron que el gallo no era nuestro sino de todo el pueblo” (García Márquez, 2011, p. 69).  Aspecto que devela cómo este simple animal empieza a sufrir una transformación en el imaginario colectivo, es decir, en los lugareños, quienes, de forma directa o indirecta, van encontrando en este ser vivo un sentido de pertenencia a partir de una serie de factores que se van desarrollando en el transcurrir de la obra, pues el ambiente que se respira es el de la represión, en el que impera “el estado de sitio” (García Márquez, 2011, p. 13).

El eminente crítico literario, Ángel Rama, expresa que “no se puede evitar la asociación entre el gallito de pelea y el pueblo joven decidido a luchar” (Rama, 2011, p. 69).  Este aspecto es rastreable en la novela de García Márquez, ya que aquel animal, que al principio de la obra está “amarrado a la pata de la cama. Era un gallo de pelea” (García Márquez, 2011,  p. 8) va generando miradas entre los integrantes del pueblo porque, según las leyes que imperan en el lugar en el que se desarrolla la obra, se vive una situación de censura, muy al estilo de la que se describe en Memoria de mis putas tristes, pues, según el narrador de esta obra: “[…] con los cambios políticos y el deterioro del mundo, nadie del gobierno pensaba en las artes ni las letras” (García Márquez, 2004, p. 99.).  Esa situación “tensa” que se vive en la obra en la que Delgadina y el sabio desarrollan sus pasiones, tiene un elemento común en El coronel no tiene quien le escriba: Agustín estaba muerto por razones asociadas a su ideal político.  Al respecto, Escobar Isaza manifiesta que “el gallo, que había pertenecido a Agustín – el hijo muerto por las balas del régimen opresor – y ahora se hallaba bajo la custodia del viejo, según lo comprendió por fin el coronel, pertenecía en realidad al pueblo entero, como símbolo que era – pensará nuestro intérprete – de su auténtica riqueza” (Escobar, 2011, p. 17).  En la obra, se vislumbra un clima de violencia, del cual el coronel es testigo: “Es el primer muerto de muerte natural que tenemos en muchos años” (García Márquez, 2011, p. 10).  Aunque este hecho no está relacionado con Agustín, su hijo, las palabras del coronel evidencian el clima violento en el que impera “el estado de sitio” (García Márquez, 2011, p. 13).  Sumado a eso, el coronel enfatiza en ese clima político en el que, como él mismo lo expresa: “Desde que hay censura los periódicos no hablan sino de Europa” (García Márquez, 2011, p. 27.)

Hay que tener presente que los amigos de Agustín, tal y como los describe el narrador: “oficiales de sastrería, como lo fue él, y fanáticos de la gallera” (García Márquez, 2011, p. 15) representan esa oposición al sistema político que se vive en el pueblo, el cual, según el narrador, está representado en el poder de la policía (García Márquez, 2011, p. 63).  En la obra se hace evidente que el gallo se asume como esa forma de escape a esa realidad que carcome a los habitantes del pueblo, de ahí la adhesión de los compañeros de Agustín y por ende, del coronel y de todo el pueblo, a la gallera, ya que este lugar se convierte en el centro y símbolo de su libertad.  El gallo, “herencia del hijo acribillado nueve meses antes en la gallera, por distribuir información clandestina” (García Márquez, 2011, p. 15), empieza a ser considerado como esa válvula de salida a ese contexto de impotencia en el que se resuelven las diferencias, de manera violenta.  Como lo afirma el narrador, el hijo del coronel tenía nexos con grupos al margen de la ley, razón por la cual fue asesinado.  Su padre hereda el gallo, el cual se convierte en una forma de heredar esa “culpa”, esa mácula, al estilo de las tragedias griegas que tanto han marcado la literatura y el cine que ha surgido de la mano de Gabriel García Márquez: Edipo alcalde y Tiempo de morir, producciones cinematográficas en las que el novelista, desde su condición de guionista, dio vida a historias en las que los componentes de Sófocles estuvieron presentes (García Márquez, 1982, p. 124), como lo afirmó en la serie de conversaciones, dadas a conocer en El olor de la guayaba.

Además, el pueblo coexistía con “toques de queda” (García Márquez, 2011, p. 28) que, de una u otra manera, restringían el libre actuar de los personajes.  En el imaginario de ellos, como es el caso de Germán, se evidencia una insistencia en cuanto al hecho de que el coronel mantenga el gallo y que, como lo expresa este compañero de Agustín: “Lo importante es que sea usted quien ponga en la gallera el gallo de Agustín” (García Márquez, 2011, p. 42).  Sumado a este hecho, el clima del pueblo invitaba al silencio.  Prueba de ello, es el letrero que estaba en la sastrería: “Prohibido hablar de política” (García Márquez, 2011, p. 31).  Este elemento es una prueba fehaciente de que el ambiente que se respira en la obra atentaba contra toda libertad de expresión y se agudizaba, aún más, si esta tenía relación con la política.  De ahí que como afirma Escobar Isaza: “el gallo era el símbolo de la fuerza popular reprimida” (García Márquez, 2011, p. 15).  Ante una situación de represión, la gallera y, por ende, el gallo del coronel, se asumían en un símbolo de esa libertad anhelada, esa construcción colectiva que hacía ver en este animal algo más que un ser vivo, casi como un “ser humano” (García Márquez, 2011, p. 47), un puente hacia un cambio en el nivel político-social.  Al respecto, Escobar Isaza expresa acerca del gallo que este le brindaba una auténtica vida, “[…] pues llevándolo cargado pensó que nunca había tenido una cosa tan viva entre las manos”.  Esa vida que le transmite este animal, se transfiere al pueblo que se convierten en dueños del gallo y ven en él, ese poder, esa representación de la libertad política que tanto anhelan y que podría modificar su “realidad”, la cual estaba llena de “toques de queda”, “estados de sitio”, que los arrojaba a situaciones “clandestinas”, pues, es evidente que vivían en un “régimen opresor” (Escobar, 2011, p. 17) que aniquilaba a quien se opusiera a sus ideas, como fue el caso de Agustín. 

Conrado Zuluaga, biógrafo de García Márquez, expresa que:

[…] la atmósfera política está sobrecargada de tensión.  Los tres meses que dura la narración parecen un delicado paréntesis, entre una serie de situaciones de violencia que se vivieron en el pasado y la pausada y agobiante formación de nubes oscuras, cargadas de tormenta, que se avizoran en el horizonte” (Zuluaga, 2011, p. 24).

Esa “tensión” es la que se genera en torno al gallo y se convierte en ese símbolo del cambio, del recuerdo de Agustín, como ese adalid de la oposición y representante de la clandestinidad.  Esa encomienda es aceptada por su padre, el coronel, quien aviva el deseo de mantener vivo el gallo como una manera de darle continuidad a ese ideal político de la oposición que ha cobrado víctimas de la violencia. El narrador enfatiza, en un momento cumbre de la obra, que el coronel “Comprendió que había caído fatalmente en una batida de la policía con la hoja clandestina en el bolsillo […] Vio de cerca, por la primera vez en su vida, al hombre que disparó contra su hijo” (García Márquez, 2011, p. 63.)  A partir de este hecho, se reafirma ese clima violento en el que un representante de la policía, como lo describe el narrador: “Estaba exactamente frente a él con el cañón del fusil apuntando contra su vientre” (García Márquez, 2011, p. 63.).  Hecho que ilustra ese ambiente violento en el que unos gobiernan y otros asumen, de manera sumisa, el poder ejercido sobre ellos.  En torno a esto, Dasso Saldívar, biógrafo de García Márquez, señala que en El coronel no tiene quien le escriba y otras novelas “se irían ampliando y enriqueciendo los temas del poder y la violencia” (Saldívar, 1997, p. 305) que, en este caso, gracias a la presencia del gallo, este se convierte en una figura en la que el coronel, su esposa y todos los habitantes del pueblo cifran sus esperanzas de cambio político y social, pues, no hay otra manera de generar oposición a ese régimen que está presente en el pueblo.

Es por ello que el gallo, en la obra de García Márquez, es ese “aliciente” (Zuluaga, 2011, p. 25) que da vida a la esperanza de un cambio político que permite a los habitantes del pueblo, hallar una forma de vida acorde a sus principios en la que la violencia no sea que la impere y en el que los muertos sean de “muerte natural”.  Una manera de reivindicarse ante las atrocidades del poder ejercido por los poderosos y optar por su única forma de escapar de esa realidad: la gallera, vista como ese lugar en el que todos pueden llegar a ser transgresores de ese régimen que actúa sobre ellos.
  

BIBLIOGRAFÍA


ESCOBAR ISAZA, Javier.  (2011).  “Una proclama en pro de la ingenuidad”.  En: El coronel no tiene quien le escriba.  Bogotá, Editorial Norma.

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel.  (1982). Conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza.  “El olor de la guayaba”.  Bogotá: Editorial La Oveja Negra Ltda.

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel.  (2004).  Memoria de mis putas tristes.  Bogotá: Grupo Editorial Random House Mondadori, S. L.

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. (2011).  El coronel no tiene quien le escriba.  Bogotá: Editorial Norma.

RAMA, Ángel. “A propósito de García Márquez y su obra”.  En: El coronel no tiene quien le escriba.  Bogotá, Editorial Norma.

SALDÍVAR, Dasso.  (1997).  García Márquez.  El viaje a la semilla. La biografía.  Bogotá: Santillana, S. A.

VARGAS CANTILLO, Germán. “Acerca de El coronel no tiene quien le escriba”. En: El coronel no tiene quien le escriba.  Bogotá, Editorial Norma.

ZULUAGA, Conrado.  (2011).  “La espera del viejo combatiente”.  En: El coronel no tiene quien le escriba.  Bogotá, Editorial Norma.

ZULUAGA, Conrado.  (2007).  “Prólogo”.  En: OLIVEIRA CASTRO, Margret S. de. La lengua ladina de García Márquez. (2007).  Bogotá: Editorial Panamericana.






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