viernes, 7 de julio de 2017

LA VIOLENCIA EN LA NOVELA: LA CIUDAD Y LOS PERROS, DE MARIO VARGAS LLOSA

… cosas terribles, muchas hay, pero
ninguna más terrible que el hombre…
(“Antígona”, de Sófocles)


La violencia en la novela La ciudad y los perros (1963), de Vargas Llosa (1936), se plantea como una clara manifestación de opresión del más fuerte al más débil. Es una violencia jerarquizada por la institución militar:

El colegio, entonces, es un ámbito no por transitorio intrascendente, puesto que imprime su huella profunda en la mentalidad de los adolescentes. Estos aparecen sometidos a la disciplina y jerarquía propias de una institución fuertemente militarizada, que acentúa la verticalidad de un ciclo regido por las prohibiciones y la sujeción estricta a unas normas cuya violación trae el castigo. (Morillas, 1985, p. 123.)


Esta posibilidad de actuar o no violentamente, de desear o no causarle daño físico o sicológico a otra persona o animal, no se da gratuitamente, es necesario que existan factores externos o internos que lleven a cometer este acto; al respecto, dice el profesor, Nelson Arana, en su libro Violencia en La ciudad y los perros, publicado en 1978:

La agresión y la explosión de la violencia pueden ser determinados por uno o dos factores: a) por aquellos elementos inherentes a la naturaleza humana, como son las reacciones instintivas genético-biológicas, o bajo el mecanismo de un proceso sicológico derivado de los impulsos internos o externos que determinan el comportamiento del hombre en la sociedad; b) por factores externos, como son las condiciones sociales y los valores morales prevalentes en la sociedad que contribuyen a la formación de la conducta individual. (Arana, 1979, p.5)    
                 
Las reacciones ante la  violencia en un individuo dependen de sus vivencias, de esas condiciones sociales, familiares, culturales, personales, que forman su carácter y que ante situaciones de encierro, hacinamiento, miedo, celos, rivalidad, imitación, sumisión, deseo de poder, codicia, venganza, impotencia; en fin, todas las posiciones que ponen al individuo en un estado de poca racionalidad  lo hacen repetir la cadena de violencia, ser una víctima o decidir no seguir participando en ese juego y simplemente decidir salir de esa situación.

El escritor peruano Mario Vargas Llosa se ha interesado por relatar historias en las cuales se muestran conflictos sociales, sus personajes se envuelven en situaciones que los llevan a encontrarse de frente con conflictos, frustraciones y problemas de acuerdo con cada espacio en el que se desarrollan sus novelas; en el caso de La ciudad y los perros el conflicto principal es demostrar ser hombre; según la profesora de Literatura hispanoamericana, Enriqueta Morillas, se acepta la violencia como conducta necesaria para poder convertirse en hombres:

En La ciudad y los perros, los estudiantes del colegio militar Leoncio Prado se inician en el aprendizaje de la hombría, cuya índole necesita de la humillación, del sacrificio, de la aceptación de la violencia como conducta necesaria, prescrita.  La ética del medio obliga a los “perros”, los alumnos del primer año, a soportar vejaciones que luego infligirán, a medida que progresen y sean merecedores de acceder a las clases superiores. (1985, p. 122)

La ciudad y los perros fue publicada por primera vez en la colección Biblioteca Breve de la editorial Seix-Barral; en esta novela se narra la vida de unos adolescentes que se encuentran recluidos en el colegio militar Leoncio Prado, los cuales solamente salen a ver a su familia los domingos. Cuando ingresan al colegio por primera vez deben pasar duras pruebas, ya que son considerados los perros del colegio y deben ser bautizados; estas pruebas van desde masturbaciones públicas, golpes, tener que tenderle la cama a sus compañeros de grados más avanzados y hasta violaciones. Los niveles de violencia en los que viven estos adolescentes son altísimos productos de un encierro, perturbaciones en el inicio de su vida sexual (zoofilia, prostitución, homosexualismo, pornografía y exhibicionismo), el tener que responder a un estricta educación militar degradada, el racismo, el demostrar ser machos y un sinfín de frustraciones producto de una cultura castrense. La obra gira en torno de Alberto Fernández (“El poeta”), El Jaguar, Ricardo Arana (“El esclavo”), El Boa, Porfirio Cava (“El serrano”), el teniente Gamboa, el capitán Garrido, el teniente Huarina  y Teresa; estos son los personajes que más son mencionados en la obra. El hecho que desencadena el resto de acciones es el robo del examen de química:

La ciudad y los perros empieza con una elección casual. Los dados señalan al Cava como el elegido para robar el examen de química, una señal del poder del círculo. Se trata de un designio al que Cava no puede escapar. El Jaguar le ordena ponerse en marcha: “Apúrate –le repitió el Jaguar–”.  Luego de esta premisa, la novela es una cadena de causas y efectos. El nerviosismo de Cava lo lleva a romper el vidrio, lo que lleva al castigo de los cadetes, lo que lleva a la delación del Esclavo. Este hecho a su vez precipita la muerte del Esclavo, lo que lleva a la acusación que hace Alberto y a la denuncia de Gamboa. Esta cadena sólo termina cuando la sociedad reinstaura sus códigos y restringe a los individuos a su lugar original: todos los héroes del libro (Gamboa, Alberto, incluso el Jaguar) terminan su vida como seres grises, reabsorbidos por la realidad. (Cueto, 2008, p.110).

El encierro como forma de opresión hace que los estudiantes del Leoncio Prado busquen la manera de salir de ese acoso emocional y conductual (el robo del examen, la violación de las gallinas, la lectura de novelas porno…); dentro de los estudiantes impera un alto grado de violencia, de necesidad de humillar al otro para demostrar que son hombres; el mismo Alberto le dice a Ricardo sobre la necesidad de demostrarle a los otros que se es macho, que se es hombre, para evitar que se la monten: “Y lo que importa en el Ejército es ser bien macho, tener unos huevos de acero, ¿comprendes? O comes o te comen, no hay más remedio.” (Vargas, 1963, p. 22.)

La violencia tiene múltiples formas en las que se manifiesta; una de ellas es la violencia por opresión, en la cual el que es más fuerte o tiene más experiencia en determinado campo es el que ejerce violencia sobre el otro: “la impotencia de los grupos y comunidades minoritarias de la sociedad para la determinación y consecución de sus ideales.” (Arana, 1979, p. 27). En la obra se presenta el caso de los “perros”, quienes son los estudiantes más jóvenes del colegio, a ellos se les infringen por los del último grado una serie de castigos y humillaciones para hacerlos entender que hay unas jerarquías que respetar y que tienen que hacer todo lo que les mande los más grandes:

El Esclavo estaba solo y bajaba las escaleras del comedor hacia el descampado, cuando dos tenazas cogieron sus brazos y una voz murmuró a su oído: “venga con nosotros, perro”. Él sonrió y los siguió dócilmente. A su alrededor, muchos de los compañeros que había conocido esa mañana, eran abordados y acarreados también por el campo de hierba hacia las cuadras de cuarto año. Ese día no hubo clases. Los perros estuvieron en manos de los de cuarto desde el almuerzo hasta la comida, unas ocho horas. El Esclavo no recuerda a qué sección fue llevado ni por quién. Pero la cuadra estaba llena de humo y de uniformes y se oían risas y gritos. Apenas cruzó la puerta, la sonrisa en los labios aún, se sintió golpeado en la espalda. Cayó al suelo, giró sobre sí mismo, quedó tendido boca arriba. Trato de levantarse, pero no pudo: un pie se había instalado sobre su estómago. (Vargas, 1963, p. 45)

El esclavo siente en el colegio, como la mayoría de los recién llegados, la humillación constante por parte de los más grandes, los bautizos con los que son iniciados en esa vida militar constan de golpes, insultos, el tener que cantar varias veces delante de los demás que se es un “perro”, escupidas, el comportarse como un perro, el desnudarse delante de los otros, el ser lavados con orines de los otros… entre otras.

El esclavo no solo recibe maltratos por parte de los estudiantes de cuarto grado, sino también por parte de sus compañeros de grupo, él es  serrano o indio dentro de la sociedad peruana que se presenta en la obra y el Perú; según José Carlos Flores Lizana, es un país racista, en el que se violenta de una manera más directa a quienes son serranos o indios: “-Serrano –murmuró el Jaguar, despacio-. Tenías que ser serrano.” (Vargas, 1963, p. 12); para referirse el Jaguar a Cava, un compañero suyo que proviene de la montaña o del campo y al cual lo apodan Serrano: “-No juego con serranos – dice Alberto, a la vez que se lleva las manos al sexo y apunta hacia los jugadores-. Sólo me los tiro.” (Vargas, 1963, p. 20). Alberto trata de hacer sentir a los demás inferiores por el no ser blancos como él, más adelante, él reafirma esta posición diciendo: “-Pasaré un parte al capitán –dice Alberto, dando media vuelta-. Los serranos se juegan los piojos al póquer durante el servicio.” (Vargas, 1963, p. 20). A los estudiantes de raza negra también los discriminan:En los ojos se le vio que es un cobarde como todos los negros.” (Vargas, 1963, p. 19) y a los cholos: “-No me gusta que me tutees, cholo de porquería.” (Vargas, 1963, p. 106).

De acuerdo con el orden social en el que se encuentren los estudiantes del colegio son peor tratados, se emplea un lenguaje bastante violento en el que se refleja un conflicto, no solamente propio del colegio, sino de la sociedad peruana en general:

En el colegio se reflejan los conflictos de la sociedad peruana en su globalidad, acerca de la cual nos ilustra la novela, cuya trama se abre al relato desde una perspectiva múltiple. Al centro concurren hijos de familias burguesas, como Alberto; de familias humildes como el Jaguar; costeños y serranos, blancos y cholos. Los conflictos individuales y sociales se exacerban al someterse a una dinámica que consagra la supremacía de unos y el sometimientos de otros. Como también se exacerba un odio racial. (Morillas, 1985, p.123)

El pensamiento de los estudiantes corresponde a lo que viven en su sociedad, la forma despectiva con la que se refieren los que tienen rasgos europeos hacia los que son más parecidos a los indígenas o negros muestra que ese concepto del blanco como superior al negro y al aborigen no se ha eliminado, sino por el contrario se sigue reafirmando en la sociedad; este es un tipo de violencia racial, en el cual se impone un ser que se cree superior sobre los demás por el simple hecho de tener un color de piel y rasgos diferentes:

Los serranos son tercos, cuando se les mete algo en la cabeza ahí se les queda. Casi todos los militares son serranos. No creo que a un costeño se le ocurra ser militar. Cava tiene cara de serrano y de militar, y ya le jodieron todo, el colegio, la vocación, eso es lo que más le debe arder. Los serranos tienen mala suerte, siempre les pasan cosas. Por la lengua podrida de un soplón, que a lo mejor ni descubrimos, le van a arrancar las insignias delante de todos, lo estoy viendo y me pone la carne de gallina, si esa noche me toca ahora estaría adentro. Pero yo no hubiera roto el vidrio, hay que ser bruto para romper el vidrio. Los serranos son un poco brutos. Seguro que fue de miedo, aunque el serrano Cava no es un cobarde. Pero esa vez se asustó, sólo así se explica. También por mala suerte. Los serranos tienen mala suerte, les ocurre los peor. Es una suerte no haber nacido serrano. (Vargas, 1963, p. 147)

El creer que los blancos son más inteligentes o valientes que los indios o negros crea un pensamiento social en el que los individuos serranos o negros se sienten inferiores a los otros y actúan consecuentemente a sus pensamientos; un ejemplo claro se ve en el personaje del Esclavo, quien desde niño ha sido maltratado: “En el colegio Salesiano le decían “muñeca”; era tímido y todo lo asustaba.” (Vargas, 1963, p.117). Este personaje se convierte en un mártir, ya que quien no pelea y se defiende, se lo lleva el mismísimo demonio, a pesar de que él en su infancia desafió a pelea a otro estudiante, solo logró ser golpeado, él es consciente de su cobardía y por ese motivo permite que su padre lo interne en el Leoncio Prado:

Era para castigar a ese cuerpo cobarde y transformarlo que se había esforzado en aprobar el ingreso al Leoncio Prado; por ello había soportado esos veinticuatro meses largos. Ahora ya no tenía esperanza; nunca sería como el Jaguar, que se imponía por la violencia, ni siquiera como Alberto, que podía desdoblarse y disimular para que los otros no hicieran de él una víctima. A él lo conocían de inmediato, tal como era, sin defensas, débil, un esclavo. (Vargas, 1963, p. 117)

Una autoestima bastante golpeada por los malos tratos, la cual lleva al individuo a que acepte que es débil y que por esto los demás siempre lo ven como una víctima:

La pasividad con que el Esclavo soporta toda clase de atropellos apenas ingresa en el colegio, muestra que no es apto para vivir en el Leoncio Prado, y se convierte en el objeto de humillaciones físicas y verbales, no ya sólo por parte de los cadetes superiores, sino también por los miembros de su propia sección. (Arana, 1978, p. 61)

El Esclavo o Ricardo Arana vivía antes con su tía y su madre en un pueblo; cuando llega a la ciudad, conoce a su padre y tiene que vivir con él; su padre, en lugar de darle tiempo para que se acostumbre a vivir con él, lo maltrata a él y a su madre. Claramente es un tipo de violencia intrafamiliar; la Dra. Ellen Watnicki escribe en su libro La significación de la mujer en la narrativa de Mario Vargas Llosa, lo siguiente:

El cadete Ricardo Arana, que se ha criado mimado por la madre y por una tía, pasa una niñez idílica en Chiclayo. A los siete años es llevado a Lima para reunirse con su padre, un hombre con tendencias misóginas, que se enfurece al comprobar que su hijo no se manifiesta como el descendiente macho y fuerte que siempre quiso tener y acusa por esta razón a la esposa. Beatriz, la esposa, es percibida como una mujer débil de carácter, pero en realidad, ella simboliza la impotencia del subyugado ante una fuerza bruta y violenta y ante una sociedad que apoyo y favorece al subyugador. (Watnicki, 1993, p.263)

Ricardo ha aprendido de su madre a ser sumiso: “Él tenía ganas de gritar para que la vida brotara de ese cuarto que parecía muerto… volvió a su cama y lloró, tapándose la boca con las dos manos.” (Vargas, 1963, p. 14). Él, todo el tiempo, está buscando la manera de que sus padres no se den cuenta de sus verdaderos sentimientos, en especial, su padre; se quedaba en las noches pensando la manera en que podía evitar cualquier contacto con él, se acostaba muy temprano para evitar verlo en la noche, sin embargo, al escuchar que su madre lo llama pidiendo ayuda, sale a su encuentro y lo que recibe es una paliza por parte de su papá: “Su padre lo golpeó con la mano abierta  y él se desplomó sin gritar.” (Vargas, 1963, p. 72). A pesar del terror que sentía por los golpes que había recibido, tuvo que pedirle disculpas al otro día a su papá, siendo su madre quien se lo había aconsejado ya que, según ella, su hijo no hacía nada por conquistarlo y esto provocaba las reacciones violentas por parte del padre y que estuviera disgustado con él por haberse interpuesto la noche anterior entre él y su madre. Cansado de la violencia y la soledad que sentía en su hogar, Ricardo Arana acepta estudiar en el colegio militar:

Ha olvidado también el resto de aquella noche, la frialdad de las sábanas de ese lecho hostil, la soledad que trataba de disipar esforzando los ojos para arrancar a la oscuridad algún objeto, algún fulgor, y la angustia que hurgaba su espíritu como un laborioso clavo. (Vargas, 1963, p. 14)


En el Leoncio Prado no es que mejore su situación, por el contrario,  se da cuenta de que el encierro puede ser una forma peor de violencia que los golpes: “Podía soportar la soledad y las humillaciones que conocía desde niño y sólo herían su espíritu: lo horrible era el encierro, esa gran soledad exterior que no elegía, que alguien le arrojaba encima como una camisa de fuerza (Vargas, 1963, p. 117). Él deseaba salir del colegio militar el fin de semana con todas sus fuerzas para poder ver a Teresa, a quien él amaba y no se había podido declarar, pero producto del robo de un examen de química los consignan a todos; desesperado, le cuenta al teniente Remigio Huarina que quien roba el examen es Cava y logra que lo dejen salir del colegio, pero no llega a declarársele a Teresa; en una práctica de tiro le disparan por la espalda y es asesinado aparentemente por el Jaguar, quien dice asesinarlo por soplón, por haber delatado a Cava.

El Jaguar, todo el tiempo, tuvo actitudes violentas con el Esclavo y no solo con él, sino con cualquiera que se atravesara en su camino; él, desde niño, estuvo acostumbrado a la vida de ciudad, incluso para conseguir dinero robó; cuando su madre murió, el padrino de él decidió colaborarle para que entrara al colegio militar; desde el comienzo demostró no temerle a nadie, por el contrario nunca pudieron bautizarlo como un “perro”, ya que él responde a los golpes e insultos con golpes e insultos:

-No –dijo Cava-. No es eso. Él es distinto. No lo han bautizado. Yo lo he visto. Ni les dio tiempo siquiera. Lo llevaron al estadio conmigo, ahí detrás de las cuadras. Y se les reía en la cara, y les decía: ¿así que van a bautizarme?, vamos a ver, vamos a ver. Se les reía en la cara. Y eran como diez.
-¿Y? – dijo Arróspide.
-Ellos lo miraban medio asombrados –dijo Cava-. Eran como diez, fíjense bien, se les echó encima. Y riéndose. Les digo había ahí no sé cuántos, diez o veinte o más tal vez. Y no podían agarrarlo. Algunos se sacaron las correas y lo azotaban de lejos; pero les juro que no se le acercaban. Y por la virgen que todos tenían miedo, y juro que vi a no sé cuántos caer al suelo, cogiéndose los huevos, o con la cara tora, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿así que van a bautizarme? Qué bien, qué bien. (Vargas, 1963, pp. 48 – 49.)


El Jaguar se había convertido en el prototipo de alumno que todos desean ser en el colegio militar Leoncio Prado, no permite que nadie ser burle de él, no siente miedo de pelear y detesta a los soplones y a los cobardes:

No alcanzaron a intervenir, ni siquiera a comprender de inmediato lo ocurrido, porque el Jaguar se revolvió como un felino atacando y golpeó al otro, directamente al rostro y sin ningún aviso y luego se dejó caer sobre él y lo siguió golpeando en la cabeza, en el rostro, en la espalda; los cadetes observaban esos dos puños constantes y ni siquiera escuchaban los gritos del otro, “perdón, Jaguar, fue de casualidad que te empujé, juro que fue casual”. “Lo que no debió hacer fue arrodillarse, eso no. Y además, juntar las manos, parecía mi madre en las novenas, un chico en la iglesia recibiendo la primera comunión, parecía que el Jaguar era el obispo y él se estuviera confesando, me acuerdo de eso, decía Rospigliosi y la carne se me escarapela, hombre.” El Jaguar estaba de pie, miraba con desprecio al muchacho arrodillado y todavía tenía el puño en alto como si fuera a dejarlo caer de nuevo sobre ese rostro lívido. Los demás no se movían. “Me das asco –dijo el Jaguar-. No tienes dignidad ni nada. Eres un Esclavo.”(Vargas, 1963, p. 54)



El Jaguar había participado en el robo del examen de química junto con Cava; aparentemente, al enterarse de que el Esclavo fue quien denunció a Cava como el culpable del robo, decide tomar venganza, disparándole al Esclavo en la cabeza cuando ellos estaban en una campaña en la cual tenían que disparar a blancos que se encontraban ubicados en diferentes lugares de una montaña:

En ese momento vio la silueta verde que hubiera podido pisar si no la divisaba a tiempo, y ese fusil con el cañón monstruosamente hundido en la tierra, en contra de todas las instrucciones sobre el cuidado del arma. No atinaba a comprender qué podía significar ese cuerpo y ese fusil derribados. Se inclinó. El muchacho tenía la cara contraída por el dolor y los ojos y la boca muy abiertos. La bala le había caído en la cabeza: un hilo de sangre corría por el cuello. (Vargas, 1963, p. 166)


Después del asesinato del Esclavo, el Jaguar le confiesa al teniente Gamboa que fue él quien asesinó al Esclavo, aunque nunca se confirman estos hechos en la novela, pero el teniente no toma cartas en el asunto y permite que el Jaguar continúe con su vida como si no hubiera cometido ningún asesinato: “El “duro” de la promoción, apodado el Jaguar, estaba enamorado de Teresa, en efecto ella es algo como su amor verdadero y al final de la novela, en el EPÍLOGO, la consigue, años después de haberla querido la primera vez.” (Luchting, 1978,  p.95). En efecto, a pesar de los actos cometidos por el Jaguar, logró conseguir terminar casado con su gran amor y formar un hogar; dentro de esa jerarquización militar el más fuerte, más bravo, más violento es quien merece estar arriba de los demás y la mayoría de las veces es quien logra las propósitos que se propone, incluso el respeto de quienes lo rodean; contrario al Esclavo que siempre recibió maltratos en su casa y en el colegio, nunca pudo decirle de su amor a Teresa, terminó siendo asesinado por un compañero y nadie perseveró en esclarecer lo que ocurrió con su muerte; dentro de esa distribución militar, quienes son débiles, cobardes y soplones no merecen ningún tipo de consideración. “La discriminación en la aplicación de la justicia, perdonando al culpable y condenando al inocente, glorifica la violencia; contribuye a la degradación de la moral y hace del hombre pacífico un rebelde.” (Arana, 1978, p. 28). Este tipo de negligencia se cometen en los militares porque que alguien golpee o maltrate a otro es demostración de hombría.

La función de la violencia física expresada a través de la crueldad, la brutalidad y el sadismo de los actos físicos que se cometen por los adolescentes cadetes contra sus compañeros y contra los animales que viven en el perímetro del colegio, no es una mera y gratuita ritualización de la violencia, como aparentemente aparece de la primera lectura de la novela; es, más bien, una arremetida contra la violencia y quizá una acusación y denuncia del ambiente inmoral reinante en los claustros del colegio, e indirectamente, una condenación contra la apatía de la administración militar para buscar soluciones equitativas a los problemas que afectan a los estudiantes dentro del régimen docente-educativo en que están obligados a crecer, física e intelectualmente. (Arana, 1978, pp. 55-56)



Más allá de la violencia física, también se encuentra otro tipo de violencia que busca desmoralizar al otro y puede llegar a desesperarlo, es la violencia sicológica que se puede manifestar en los insultos, el excluir a otro estudiante por su condición física, posición económica o raza: “-Te has traído tu putita –dijo-. ¿Qué vas a hacer si la violamos?  -Buena idea –gritó Boa-. Comámonos al Esclavo.” (Vargas, 1963, p.106). Los diálogos de los estudiantes del colegio están cargados de improperios hacia el otro: “-Todos presos –dijo Alberto-. Borrachos, maricones, degenerados, pajeros, todo el mundo a la cárcel.” (Vargas, 1963, p. 106).  En otro apartado dice el Boa: “Cómete a la novia del poeta. Te juro que si el poeta se mueve, lo quiebro.” (Vargas, 1963, pp. 108-109).  También dentro de la violencia sicológica se encuentran los castigos, muchas veces se presentan con el fin de “educar” dentro del colegio militar, se dan por parte de los generales, tenientes o profesores para enseñarles a los estudiantes a respetar la autoridad o cumplir las reglas, vas desde restarles puntos: “-Bueno –dijo Gamboa-. Así tiene que cuidar su fusil. Vuelva a su sección. Pezoa, hágale una papeleta de seis puntos.” (Vargas, 1963, p.156); hasta golpes, en este caso por parte de un teniente:

-¿Estoy loco o alguien habla en la formación? –pregunta el teniente. Los cadetes se callan. Gamboa se pasea frente a los brigadieres, las manos en la cintura.
-Aquí los tres últimos –grita-. Rápido por secciones.
Urioste, Núñez y Revilla abandonan su sitio a la carrera.
Vallano les dice, al pasar: “tienen suerte que esté Gamboa de servicio, palomitas”. Los tres cadetes se cuadran frente al teniente.
-Como ustedes prefieran –dice Gamboa-. Angulo recto o seis puntos. Son libres de elegir.
Los tres responden: “ángulo recto”. El teniente asiente y se encoge de hombros. “Los conozco como si los hubiera parido”, susurran sus labios y Núñez, Urioste y Revilla sonríen con gratitud. Gamboa ordena:
-Posición de ángulo recto.
Los tres cuerpos se pliegan como bisagras, quedan con la mitad superior paralela al suelo. Gamboa los observa; con el codo baja un poco la cabeza a Revilla.
-Cúbranse los huevos –indica-. Con las dos manos.
Luego hace un saña al suboficial Pezoa, un mestizo pequeño y musculoso, de grandes fauces carnívoras. Juega muy bien el fútbol y su patada es violentísima. Pezoa toma distancia. Se ladea ligeramente: una centella se desprende del suelo y golpea. Revilla emite un quejido. Gamboa indica que el cadete retorne a su puesto. (Vargas, 1963, p. 38)

Otro tipo de castigo que se utiliza en el colegio militar es el encierro en un calabozo, que para los estudiantes es el peor de todos, no solo tienen que estar encerrados en el colegio todo el tiempo, sino, además, quienes cometen actos más delicados tienen que estar encerrados en celdas lejos de sus compañeros: “- Hola –dijo el Jaguar. No parecía sorprendido al verlo allí. El sargento había cerrado la puerta, el calabozo estaba en la penumbra.” (Vargas, 1963, p. 294)

“El abuso y la perversión del sexo, inclusive con los animales, muestra al adolescente deshumanizado y actuando como un animal, como un “perro”.” (Arana, 1978, p. 111). El encierro no solo produce actos de violencia en el Leoncio Prado no solo produce actos de violencia entre compañeros, sino también con los animales:

Pero no creo que a él le pasara nada con las ladillas y en cambio a la Malpapeada la fregaron. Se peló casi enterita y andaba frotándose contra las paredes y tenía una pinta de perro pordiosero y leproso con el cuerpo pura llaga. Debía picarle mucho, no paraba de frotarse, sobre todo en la pared de la cuadra que tiene raspaduras. (Vargas, 1963, p. 180)


La violación de las gallinas, de las llamas, las perras, e incluso ellos hablan de violación hacia sus propios compañeros (homosexualidad), muestra que la sexualidad de estos adolescentes está enmarcada dentro de la perversión; el acto sexual se convierte en demostrar que son hombres  (voyerismo) y pueden llegar a sentir placer al hacerle daño a otro ser, el sentir que son más fuertes que otros:

Qué brutos, qué brutos, una gallina al menos es chiquita, parece un juego, pero ¡una llama! ¿Y qué pasa si el Rulos se tira al muchacho? Estábamos fumando en los excusados de las aulas, bajen las candelas, murciélagos. El Jaguar puja de alma, parece que lo estuvieran manducando. ¿Ya, Jaguar, salió, salió? Silencio, que me cortan, tengo que concentrarme. ¿Ya, ya, la puntita? ¿Y qué tal si nos tiramos al gordito? ¿Tú no lo has pellizcado nunca? Uf. No está mala la idea, pero ¿se deja o no se deja? A mí me han dicho que Lañas se lo tira cuando está de guardia. Uf, al fin. ¿Salió, salió?, el muy maldito. ¿Y quién primero?, porque a mí se me fueron las ganas con tanto ruido que hace. Aquí hay un hilo para el pico. Serrano, no la sueltes que a lo mejor se vuela. ¿Hay un voluntario? Cava la tenía por los sobacos, el Rulos le rogaba no muevas el pico que de todas maneras te lo embocan y yo le amarraba las patas… El Boa se come a una perra, por qué no al gordito que es humano. (Vargas, 1963, p. 30)



Se ha visto que en el colegio militar Leoncio Prado se dan diferentes tipos de violencia producto de una necesidad de unos jóvenes de demostrar que son hombres, el querer ser  algo que no se es, lleva a tener frustraciones que, muchas veces, se convierten en actos violentos hacia los demás; golpes, insultos, violaciones, todo con el fin de oprimir al otro. No solo en esta novela de Vargas Llosa se muestra la violencia, también en Los jefes (1958) trata esta temática:

La ciega rebeldía de sus personajes, impulsivos ejecutores de acciones marginales, delata su soledad existencial. Tributo del neo-naturalismo que se desarrolla en Perú en estos años, son las diversas manifestaciones de una violencia generalizada las que aparecen como señales acusadas de un mismo malestar. El código que lo sustenta sigue los rígidos dictados del honor machista: la venganza, el castigo, la delación, la prepotencia, conforman micromundos viciados, regulan las acciones que siempre recalan en la brutalidad, en el odio. (Morillas, 1985, p. 122)



Ese machismo produce una caricaturización de lo masculino, una exageración que lleva a los personajes a ser agresivos y cometer actos salvajes, pero también están quienes detrás de todo ese caos buscan la verdad sobre el porqué en estas instituciones se miente sobre lo que realmente ocurre: “Alberto, uno de los protagonistas de La ciudad y los perros, y Zavalita, el personaje clave de Conversaciones en La Catedral, tienen el “vicio de la verdad”… no aceptan las mentiras de las instituciones de la verdad colectiva.” (Cueto, 2008, p.102).  Y es que cuando se está en una sociedad violenta, aparentemente no hay más opciones que ser victimario o una víctima, a pesar del esfuerzo de unos pocos por hacer las cosas diferentes pesa más el pensamiento común y la tradición violenta: “En las novelas de Vargas Llosa, la sociedad, la política, las relaciones amorosas y sexuales, la familia, son expresados como campos de batalla por el poder.” (Cueto, 2008, p. 114). El hombre en una constante disputa con el poder, el cual no le permite estar tranquilo sino que le lleva a tener conflictos sicológicos que expresa exteriormente, muchas veces, de manera violenta:

En todas las obras de Vargas Llosa percibimos un afán permanente de proyectar al hombre en conflicto con su sociedad, y es quizá por eso que en sus cuentos, en La ciudad y los perros, en Los cachorros, y en La casa verde, muchos de los personajes se identifican, inclusive, con la nomenclatura de los animales… el mundo es una callejón sin salida, donde los jóvenes buscan con una lacerante desazón acceder al mundo de los adultos; no obstante, cuando ellos lo logran, nosotros sentimos que todo ha sido en vano. El mundo es una trampa sin salida.
Evidentemente, el pesimismo que percibimos en las obras de Vargas Llosa, caracteriza el mundo interno de su novelística y el externo de la sociedad peruana. En particular, en La ciudad y los perros el sentimiento fatalista de la violencia y la inmoralidad se proyectan con amplitud significativa en el epílogo de la novela. (Arana, 1978, pp. 154-155)



En conclusión, la violencia en La ciudad y los perros se da como fruto de una educación militar que exige que el más fuerte someta al más débil para poder estar en un buen lugar o rango dentro de la jerarquía militar; para demostrar que se puede ser militar y ganarse el respeto de los demás compañeros y superiores, se hace necesario saber pelear, insultar y guardar lealtad al grupo al que se pertenezca. La concepción de hombre que se maneja dentro de la obra, lleva a que los personajes sean más una caricatura de macho, que hombre, teniendo altos niveles de irracionalidad y cometiendo actos violentos con todo ser que no pueda defenderse. En un mundo irracional y violento solo se puede pertenecer a dos bandos o ser víctima o un victimario;  a pesar de todos los esfuerzos que hizo Alberto por lograr justicia en la muerte del Esclavo, no logró nada, todo siguió igual y volvieron después de graduados a la misma rutina que es probable que se repita en sus hijos como dice el epígrafe del epílogo escrito por Carlos Germán Belli: “… en cada linaje el deterioro ejerce su domino.” (Vargas, 1963, p. 325).



  

BIBLIOGRAFÍA

Arana, N. (1978). Violencia en La ciudad y los perros. Michigan: Ed. University microfilms international.

Cueto, A. (2008). Una épica de la transgresión. En Mario Vargas Llosa la libertad y la vida. Lima: Ed. Planeta Perú S.A.

Luchting, W. A. (1978). Mario Vargas Llosa, desarticulador de realidades. Bogotá: Ed. Colombia LTDA.

Morillas, E. (1985). Mario Vargas Llosa. En Historia de la literatura latinoamericana. Bogotá: Ed. La Oveja Negra Ltda.

Vargas, M. (1963). La ciudad y los perros. Barcelona: Ed. Seix Barral, S.A.











No hay comentarios:

Publicar un comentario