… cosas terribles, muchas hay, pero
ninguna más terrible que el hombre…
(“Antígona”, de Sófocles)
La violencia en la novela La ciudad y
los perros (1963), de Vargas Llosa (1936), se plantea como una clara
manifestación de opresión del más fuerte al más débil. Es una violencia
jerarquizada por la institución militar:
El colegio, entonces, es un ámbito no por transitorio
intrascendente, puesto que imprime su huella profunda en la mentalidad de los
adolescentes. Estos aparecen sometidos a la disciplina y jerarquía propias de
una institución fuertemente militarizada, que acentúa la verticalidad de un
ciclo regido por las prohibiciones y la sujeción estricta a unas normas cuya
violación trae el castigo. (Morillas, 1985, p. 123.)
Esta posibilidad de actuar o no violentamente, de desear o no causarle daño
físico o sicológico a otra persona o animal, no se da gratuitamente, es
necesario que existan factores externos o internos que lleven a cometer este
acto; al respecto, dice el profesor, Nelson Arana, en su libro Violencia en La ciudad y los perros, publicado
en 1978:
La agresión y la explosión de la violencia pueden ser
determinados por uno o dos factores: a) por aquellos elementos inherentes a la
naturaleza humana, como son las reacciones instintivas genético-biológicas, o
bajo el mecanismo de un proceso sicológico derivado de los impulsos internos o
externos que determinan el comportamiento del hombre en la sociedad; b) por
factores externos, como son las condiciones sociales y los valores morales prevalentes
en la sociedad que contribuyen a la formación de la conducta individual.
(Arana, 1979, p.5)
Las reacciones ante la violencia en
un individuo dependen de sus vivencias, de esas condiciones sociales,
familiares, culturales, personales, que forman su carácter y que ante
situaciones de encierro, hacinamiento, miedo, celos, rivalidad, imitación,
sumisión, deseo de poder, codicia, venganza, impotencia; en fin, todas las
posiciones que ponen al individuo en un estado de poca racionalidad lo hacen repetir la cadena de violencia, ser
una víctima o decidir no seguir participando en ese juego y simplemente decidir
salir de esa situación.
El escritor peruano Mario Vargas Llosa se ha interesado por relatar
historias en las cuales se muestran conflictos sociales, sus personajes se
envuelven en situaciones que los llevan a encontrarse de frente con conflictos,
frustraciones y problemas de acuerdo con cada espacio en el que se desarrollan
sus novelas; en el caso de La ciudad y
los perros el conflicto principal es demostrar ser hombre; según la
profesora de Literatura hispanoamericana, Enriqueta Morillas, se acepta la
violencia como conducta necesaria para poder convertirse en hombres:
En La ciudad y los
perros, los estudiantes del colegio militar Leoncio Prado se inician en el
aprendizaje de la hombría, cuya índole necesita de la humillación, del
sacrificio, de la aceptación de la violencia como conducta necesaria,
prescrita. La ética del medio obliga a
los “perros”, los alumnos del primer año, a soportar vejaciones que luego
infligirán, a medida que progresen y sean merecedores de acceder a las clases
superiores. (1985, p. 122)
La ciudad y los perros fue publicada por primera vez en la colección Biblioteca
Breve de la editorial Seix-Barral; en esta novela se narra la vida de unos
adolescentes que se encuentran recluidos en el colegio militar Leoncio Prado,
los cuales solamente salen a ver a su familia los domingos. Cuando ingresan al
colegio por primera vez deben pasar duras pruebas, ya que son considerados los
perros del colegio y deben ser bautizados; estas pruebas van desde
masturbaciones públicas, golpes, tener que tenderle la cama a sus compañeros de
grados más avanzados y hasta violaciones. Los niveles de violencia en los que
viven estos adolescentes son altísimos productos de un encierro, perturbaciones
en el inicio de su vida sexual (zoofilia, prostitución, homosexualismo,
pornografía y exhibicionismo), el tener que responder a un estricta educación
militar degradada, el racismo, el demostrar ser machos y un sinfín de
frustraciones producto de una cultura castrense. La obra gira en torno de
Alberto Fernández (“El poeta”), El Jaguar, Ricardo Arana (“El esclavo”), El
Boa, Porfirio Cava (“El serrano”), el teniente Gamboa, el capitán Garrido, el
teniente Huarina y Teresa; estos son los
personajes que más son mencionados en la obra. El hecho que desencadena el
resto de acciones es el robo del examen de química:
La ciudad y los
perros empieza con una elección casual. Los dados señalan al Cava
como el elegido para robar el examen de química, una señal del poder del
círculo. Se trata de un designio al que Cava no puede escapar. El Jaguar le
ordena ponerse en marcha: “Apúrate –le repitió el Jaguar–”. Luego de esta premisa, la novela es una cadena
de causas y efectos. El nerviosismo de Cava lo lleva a romper el vidrio, lo que
lleva al castigo de los cadetes, lo que lleva a la delación del Esclavo. Este
hecho a su vez precipita la muerte del Esclavo, lo que lleva a la acusación que
hace Alberto y a la denuncia de Gamboa. Esta cadena sólo termina cuando la
sociedad reinstaura sus códigos y restringe a los individuos a su lugar
original: todos los héroes del libro (Gamboa, Alberto, incluso el Jaguar)
terminan su vida como seres grises, reabsorbidos por la realidad. (Cueto, 2008,
p.110).
El encierro como forma de opresión hace que los estudiantes del Leoncio
Prado busquen la manera de salir de ese acoso emocional y conductual (el robo
del examen, la violación de las gallinas, la lectura de novelas porno…); dentro
de los estudiantes impera un alto grado de violencia, de necesidad de humillar
al otro para demostrar que son hombres; el mismo Alberto le dice a Ricardo
sobre la necesidad de demostrarle a los otros que se es macho, que se es
hombre, para evitar que se la monten: “Y lo que importa en el Ejército es ser
bien macho, tener unos huevos de acero, ¿comprendes? O comes o te comen, no hay
más remedio.” (Vargas, 1963, p. 22.)
La violencia tiene múltiples formas en las que se manifiesta; una de ellas es
la violencia por opresión, en la cual el que es más fuerte o tiene más
experiencia en determinado campo es el que ejerce violencia sobre el otro: “la
impotencia de los grupos y comunidades minoritarias de la sociedad para la
determinación y consecución de sus ideales.” (Arana, 1979, p. 27). En la obra
se presenta el caso de los “perros”, quienes son los estudiantes más jóvenes
del colegio, a ellos se les infringen por los del último grado una serie de
castigos y humillaciones para hacerlos entender que hay unas jerarquías que
respetar y que tienen que hacer todo lo que les mande los más grandes:
El Esclavo estaba solo y bajaba las escaleras del comedor
hacia el descampado, cuando dos tenazas cogieron sus brazos y una voz murmuró a
su oído: “venga con nosotros, perro”. Él sonrió y los siguió dócilmente. A su
alrededor, muchos de los compañeros que había conocido esa mañana, eran
abordados y acarreados también por el campo de hierba hacia las cuadras de
cuarto año. Ese día no hubo clases. Los perros estuvieron en manos de los de
cuarto desde el almuerzo hasta la comida, unas ocho horas. El Esclavo no
recuerda a qué sección fue llevado ni por quién. Pero la cuadra estaba llena de
humo y de uniformes y se oían risas y gritos. Apenas cruzó la puerta, la sonrisa
en los labios aún, se sintió golpeado en la espalda. Cayó al suelo, giró sobre
sí mismo, quedó tendido boca arriba. Trato de levantarse, pero no pudo: un pie
se había instalado sobre su estómago. (Vargas, 1963, p. 45)
El esclavo siente en el colegio, como la mayoría de los recién llegados, la
humillación constante por parte de los más grandes, los bautizos con los que
son iniciados en esa vida militar constan de golpes, insultos, el tener que
cantar varias veces delante de los demás que se es un “perro”, escupidas, el
comportarse como un perro, el desnudarse delante de los otros, el ser lavados
con orines de los otros… entre otras.
El esclavo no solo recibe maltratos por parte de los estudiantes de cuarto
grado, sino también por parte de sus compañeros de grupo, él es serrano o indio dentro de la sociedad peruana
que se presenta en la obra y el Perú; según José Carlos Flores Lizana, es un
país racista, en el que se violenta de una manera más directa a quienes son serranos
o indios: “-Serrano –murmuró el Jaguar, despacio-. Tenías que ser serrano.”
(Vargas, 1963, p. 12); para referirse el Jaguar a Cava, un compañero suyo que
proviene de la montaña o del campo y al cual lo apodan Serrano: “-No juego con
serranos – dice Alberto, a la vez que se lleva las manos al sexo y apunta hacia
los jugadores-. Sólo me los tiro.” (Vargas, 1963, p. 20). Alberto trata de
hacer sentir a los demás inferiores por el no ser blancos como él, más
adelante, él reafirma esta posición diciendo: “-Pasaré un parte al capitán
–dice Alberto, dando media vuelta-. Los serranos se juegan los piojos al póquer
durante el servicio.” (Vargas, 1963, p. 20). A los estudiantes de raza negra
también los discriminan: “En los
ojos se le vio que es un cobarde como todos los negros.” (Vargas, 1963, p. 19)
y a los cholos: “-No me gusta que me tutees, cholo de porquería.” (Vargas,
1963, p. 106).
De acuerdo con el orden social en el que se encuentren los estudiantes del
colegio son peor tratados, se emplea un lenguaje bastante violento en el que se
refleja un conflicto, no solamente propio del colegio, sino de la sociedad
peruana en general:
En el colegio se reflejan los conflictos de la sociedad
peruana en su globalidad, acerca de la cual nos ilustra la novela, cuya trama
se abre al relato desde una perspectiva múltiple. Al centro concurren hijos de
familias burguesas, como Alberto; de familias humildes como el Jaguar; costeños
y serranos, blancos y cholos. Los conflictos individuales y sociales se
exacerban al someterse a una dinámica que consagra la supremacía de unos y el
sometimientos de otros. Como también se exacerba un odio racial. (Morillas,
1985, p.123)
El pensamiento de los estudiantes corresponde a lo que viven en su
sociedad, la forma despectiva con la que se refieren los que tienen rasgos europeos
hacia los que son más parecidos a los indígenas o negros muestra que ese
concepto del blanco como superior al negro y al aborigen no se ha eliminado,
sino por el contrario se sigue reafirmando en la sociedad; este es un tipo de
violencia racial, en el cual se impone un ser que se cree superior sobre los
demás por el simple hecho de tener un color de piel y rasgos diferentes:
Los serranos son tercos, cuando se les mete algo en la
cabeza ahí se les queda. Casi todos los militares son serranos. No creo que a
un costeño se le ocurra ser militar. Cava tiene cara de serrano y de militar, y
ya le jodieron todo, el colegio, la vocación, eso es lo que más le debe arder.
Los serranos tienen mala suerte, siempre les pasan cosas. Por la lengua podrida
de un soplón, que a lo mejor ni descubrimos, le van a arrancar las insignias
delante de todos, lo estoy viendo y me pone la carne de gallina, si esa noche
me toca ahora estaría adentro. Pero yo no hubiera roto el vidrio, hay que ser
bruto para romper el vidrio. Los serranos son un poco brutos. Seguro que fue de
miedo, aunque el serrano Cava no es un cobarde. Pero esa vez se asustó, sólo
así se explica. También por mala suerte. Los serranos tienen mala suerte, les
ocurre los peor. Es una suerte no haber nacido serrano. (Vargas, 1963, p. 147)
El creer que los blancos son más inteligentes o valientes que los indios o
negros crea un pensamiento social en el que los individuos serranos o negros se
sienten inferiores a los otros y actúan consecuentemente a sus pensamientos; un
ejemplo claro se ve en el personaje del Esclavo, quien desde niño ha sido
maltratado: “En el colegio Salesiano le decían “muñeca”; era tímido y todo lo
asustaba.” (Vargas, 1963, p.117). Este personaje se convierte en un mártir, ya
que quien no pelea y se defiende, se lo lleva el mismísimo demonio, a pesar de
que él en su infancia desafió a pelea a otro estudiante, solo logró ser
golpeado, él es consciente de su cobardía y por ese motivo permite que su padre
lo interne en el Leoncio Prado:
Era para castigar a ese cuerpo cobarde y transformarlo
que se había esforzado en aprobar el ingreso al Leoncio Prado; por ello había
soportado esos veinticuatro meses largos. Ahora ya no tenía esperanza; nunca
sería como el Jaguar, que se imponía por la violencia, ni siquiera como
Alberto, que podía desdoblarse y disimular para que los otros no hicieran de él
una víctima. A él lo conocían de inmediato, tal como era, sin defensas, débil,
un esclavo. (Vargas, 1963, p. 117)
Una autoestima bastante golpeada por los malos tratos, la cual lleva al
individuo a que acepte que es débil y que por esto los demás siempre lo ven
como una víctima:
La pasividad con que el Esclavo soporta toda clase de
atropellos apenas ingresa en el colegio, muestra que no es apto para vivir en
el Leoncio Prado, y se convierte en el objeto de humillaciones físicas y
verbales, no ya sólo por parte de los cadetes superiores, sino también por los
miembros de su propia sección. (Arana, 1978, p. 61)
El Esclavo o Ricardo Arana vivía antes con su tía y su madre en un pueblo;
cuando llega a la ciudad, conoce a su padre y tiene que vivir con él; su padre,
en lugar de darle tiempo para que se acostumbre a vivir con él, lo maltrata a
él y a su madre. Claramente es un tipo de violencia intrafamiliar; la Dra. Ellen
Watnicki escribe en su libro La
significación de la mujer en la narrativa de Mario Vargas Llosa, lo
siguiente:
El cadete Ricardo Arana, que se ha criado mimado por la
madre y por una tía, pasa una niñez idílica en Chiclayo. A los siete años es
llevado a Lima para reunirse con su padre, un hombre con tendencias misóginas,
que se enfurece al comprobar que su hijo no se manifiesta como el descendiente
macho y fuerte que siempre quiso tener y acusa por esta razón a la esposa.
Beatriz, la esposa, es percibida como una mujer débil de carácter, pero en
realidad, ella simboliza la impotencia del subyugado ante una fuerza bruta y
violenta y ante una sociedad que apoyo y favorece al subyugador. (Watnicki,
1993, p.263)
Ricardo ha aprendido de su madre a
ser sumiso: “Él tenía ganas de gritar para que la vida brotara de ese cuarto
que parecía muerto… volvió a su cama y lloró, tapándose la boca con las dos
manos.” (Vargas, 1963, p. 14). Él, todo el tiempo, está buscando la manera de
que sus padres no se den cuenta de sus verdaderos sentimientos, en especial, su
padre; se quedaba en las noches pensando la manera en que podía evitar
cualquier contacto con él, se acostaba muy temprano para evitar verlo en la
noche, sin embargo, al escuchar que su madre lo llama pidiendo ayuda, sale a su
encuentro y lo que recibe es una paliza por parte de su papá: “Su padre lo
golpeó con la mano abierta y él se
desplomó sin gritar.” (Vargas, 1963, p. 72). A pesar del terror que sentía por
los golpes que había recibido, tuvo que pedirle disculpas al otro día a su
papá, siendo su madre quien se lo había aconsejado ya que, según ella, su hijo
no hacía nada por conquistarlo y esto provocaba las reacciones violentas por
parte del padre y que estuviera disgustado con él por haberse interpuesto la noche
anterior entre él y su madre. Cansado de la violencia y la soledad que sentía
en su hogar, Ricardo Arana acepta estudiar en el colegio militar:
Ha olvidado también el resto de aquella noche, la frialdad de las sábanas
de ese lecho hostil, la soledad que trataba de disipar esforzando los ojos para
arrancar a la oscuridad algún objeto, algún fulgor, y la angustia que hurgaba
su espíritu como un laborioso clavo. (Vargas, 1963, p. 14)
En el Leoncio Prado no es que mejore
su situación, por el contrario, se da
cuenta de que el encierro puede ser una forma peor de violencia que los golpes:
“Podía soportar la soledad y las humillaciones que conocía desde niño y sólo
herían su espíritu: lo horrible era el encierro, esa gran soledad exterior que
no elegía, que alguien le arrojaba encima como una camisa de fuerza” (Vargas, 1963, p.
117). Él deseaba salir del colegio militar el fin de semana con todas sus
fuerzas para poder ver a Teresa, a quien él amaba y no se había podido
declarar, pero producto del robo de un examen de química los consignan a todos;
desesperado, le cuenta al teniente Remigio Huarina que quien roba el examen es
Cava y logra que lo dejen salir del colegio, pero no llega a declarársele a
Teresa; en una práctica de tiro le disparan por la espalda y es asesinado
aparentemente por el Jaguar, quien dice asesinarlo por soplón, por haber
delatado a Cava.
El Jaguar, todo el tiempo, tuvo
actitudes violentas con el Esclavo y no solo con él, sino con cualquiera que se
atravesara en su camino; él, desde niño, estuvo acostumbrado a la vida de
ciudad, incluso para conseguir dinero robó; cuando su madre murió, el padrino
de él decidió colaborarle para que entrara al colegio militar; desde el
comienzo demostró no temerle a nadie, por el contrario nunca pudieron
bautizarlo como un “perro”, ya que él responde a los golpes e insultos con
golpes e insultos:
-No –dijo Cava-. No es eso. Él es distinto. No lo han bautizado. Yo lo he
visto. Ni les dio tiempo siquiera. Lo llevaron al estadio conmigo, ahí detrás
de las cuadras. Y se les reía en la cara, y les decía: ¿así que van a
bautizarme?, vamos a ver, vamos a ver. Se les reía en la cara. Y eran como
diez.
-¿Y? – dijo Arróspide.
-Ellos lo miraban medio asombrados –dijo Cava-. Eran como diez, fíjense
bien, se les echó encima. Y riéndose. Les digo había ahí no sé cuántos, diez o
veinte o más tal vez. Y no podían agarrarlo. Algunos se sacaron las correas y
lo azotaban de lejos; pero les juro que no se le acercaban. Y por la virgen que
todos tenían miedo, y juro que vi a no sé cuántos caer al suelo, cogiéndose los
huevos, o con la cara tora, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿así
que van a bautizarme? Qué bien, qué bien. (Vargas, 1963, pp. 48 – 49.)
El Jaguar se había convertido en el
prototipo de alumno que todos desean ser en el colegio militar Leoncio Prado,
no permite que nadie ser burle de él, no siente miedo de pelear y detesta a los
soplones y a los cobardes:
No alcanzaron a intervenir, ni siquiera a comprender de inmediato lo
ocurrido, porque el Jaguar se revolvió como un felino atacando y golpeó al
otro, directamente al rostro y sin ningún aviso y luego se dejó caer sobre él y
lo siguió golpeando en la cabeza, en el rostro, en la espalda; los cadetes
observaban esos dos puños constantes y ni siquiera escuchaban los gritos del
otro, “perdón, Jaguar, fue de casualidad que te empujé, juro que fue casual”.
“Lo que no debió hacer fue arrodillarse, eso no. Y además, juntar las manos,
parecía mi madre en las novenas, un chico en la iglesia recibiendo la primera
comunión, parecía que el Jaguar era el obispo y él se estuviera confesando, me
acuerdo de eso, decía Rospigliosi y la carne se me escarapela, hombre.” El
Jaguar estaba de pie, miraba con desprecio al muchacho arrodillado y todavía
tenía el puño en alto como si fuera a dejarlo caer de nuevo sobre ese rostro
lívido. Los demás no se movían. “Me das asco –dijo el Jaguar-. No tienes
dignidad ni nada. Eres un Esclavo.”(Vargas, 1963, p. 54)
El Jaguar había participado en el
robo del examen de química junto con Cava; aparentemente, al enterarse de que
el Esclavo fue quien denunció a Cava como el culpable del robo, decide tomar
venganza, disparándole al Esclavo en la cabeza cuando ellos estaban en una
campaña en la cual tenían que disparar a blancos que se encontraban ubicados en
diferentes lugares de una montaña:
En ese momento vio la silueta verde que hubiera podido pisar si no la
divisaba a tiempo, y ese fusil con el cañón monstruosamente hundido en la
tierra, en contra de todas las instrucciones sobre el cuidado del arma. No
atinaba a comprender qué podía significar ese cuerpo y ese fusil derribados. Se
inclinó. El muchacho tenía la cara contraída por el dolor y los ojos y la boca
muy abiertos. La bala le había caído en la cabeza: un hilo de sangre corría por
el cuello. (Vargas, 1963, p. 166)
Después del asesinato del Esclavo,
el Jaguar le confiesa al teniente Gamboa que fue él quien asesinó al Esclavo,
aunque nunca se confirman estos hechos en la novela, pero el teniente no toma
cartas en el asunto y permite que el Jaguar continúe con su vida como si no
hubiera cometido ningún asesinato: “El “duro” de la promoción, apodado el
Jaguar, estaba enamorado de Teresa, en efecto ella es algo como su amor
verdadero y al final de la novela, en el EPÍLOGO, la consigue, años después de
haberla querido la primera vez.” (Luchting, 1978, p.95). En efecto, a pesar de los actos
cometidos por el Jaguar, logró conseguir terminar casado con su gran amor y
formar un hogar; dentro de esa jerarquización militar el más fuerte, más bravo,
más violento es quien merece estar arriba de los demás y la mayoría de las
veces es quien logra las propósitos que se propone, incluso el respeto de
quienes lo rodean; contrario al Esclavo que siempre recibió maltratos en su
casa y en el colegio, nunca pudo decirle de su amor a Teresa, terminó siendo
asesinado por un compañero y nadie perseveró en esclarecer lo que ocurrió con
su muerte; dentro de esa distribución militar, quienes son débiles, cobardes y
soplones no merecen ningún tipo de consideración. “La discriminación en la
aplicación de la justicia, perdonando al culpable y condenando al inocente,
glorifica la violencia; contribuye a la degradación de la moral y hace del
hombre pacífico un rebelde.” (Arana, 1978, p. 28). Este tipo de negligencia se
cometen en los militares porque que alguien golpee o maltrate a otro es
demostración de hombría.
La función de la violencia física expresada a través de la crueldad, la
brutalidad y el sadismo de los actos físicos que se cometen por los adolescentes
cadetes contra sus compañeros y contra los animales que viven en el perímetro
del colegio, no es una mera y gratuita ritualización de la violencia, como
aparentemente aparece de la primera lectura de la novela; es, más bien, una
arremetida contra la violencia y quizá una acusación y denuncia del ambiente
inmoral reinante en los claustros del colegio, e indirectamente, una
condenación contra la apatía de la administración militar para buscar
soluciones equitativas a los problemas que afectan a los estudiantes dentro del
régimen docente-educativo en que están obligados a crecer, física e
intelectualmente. (Arana, 1978, pp. 55-56)
Más allá de la violencia física,
también se encuentra otro tipo de violencia que busca desmoralizar al otro y
puede llegar a desesperarlo, es la violencia sicológica que se puede manifestar
en los insultos, el excluir a otro estudiante por su condición física, posición
económica o raza: “-Te has traído tu putita –dijo-. ¿Qué vas a hacer si la
violamos? -Buena idea –gritó Boa-. Comámonos
al Esclavo.” (Vargas, 1963, p.106). Los diálogos de los estudiantes del colegio
están cargados de improperios hacia el otro: “-Todos presos –dijo Alberto-. Borrachos, maricones,
degenerados, pajeros, todo el mundo a la cárcel.” (Vargas, 1963, p. 106). En otro apartado dice el Boa: “Cómete a la
novia del poeta. Te juro que si el poeta se mueve, lo quiebro.” (Vargas, 1963,
pp. 108-109). También dentro de la
violencia sicológica se encuentran los castigos, muchas veces se presentan con
el fin de “educar” dentro del colegio militar, se dan por parte de los
generales, tenientes o profesores para enseñarles a los estudiantes a respetar
la autoridad o cumplir las reglas, vas desde restarles puntos: “-Bueno –dijo
Gamboa-. Así tiene que cuidar su fusil. Vuelva a su sección. Pezoa, hágale una
papeleta de seis puntos.” (Vargas, 1963, p.156); hasta golpes, en este caso por
parte de un teniente:
-¿Estoy loco o alguien habla en la formación? –pregunta el teniente. Los
cadetes se callan. Gamboa se pasea frente a los brigadieres, las manos en la
cintura.
-Aquí los tres últimos –grita-. Rápido por secciones.
Urioste, Núñez y Revilla abandonan su sitio a la carrera.
Vallano les dice, al pasar: “tienen suerte que esté Gamboa de servicio,
palomitas”. Los tres cadetes se cuadran frente al teniente.
-Como ustedes prefieran –dice Gamboa-. Angulo recto o seis puntos. Son
libres de elegir.
Los tres responden: “ángulo recto”. El teniente asiente y se encoge de
hombros. “Los conozco como si los hubiera parido”, susurran sus labios y Núñez,
Urioste y Revilla sonríen con gratitud. Gamboa ordena:
-Posición de ángulo recto.
Los tres cuerpos se pliegan como bisagras, quedan con la mitad superior
paralela al suelo. Gamboa los observa; con el codo baja un poco la cabeza a
Revilla.
-Cúbranse los huevos –indica-. Con las dos manos.
Luego hace un saña al suboficial Pezoa, un mestizo pequeño y musculoso, de
grandes fauces carnívoras. Juega muy bien el fútbol y su patada es
violentísima. Pezoa toma distancia. Se ladea ligeramente: una centella se
desprende del suelo y golpea. Revilla emite un quejido. Gamboa indica que el
cadete retorne a su puesto. (Vargas, 1963, p. 38)
Otro tipo de castigo que se utiliza
en el colegio militar es el encierro en un calabozo, que para los estudiantes
es el peor de todos, no solo tienen que estar encerrados en el colegio todo el
tiempo, sino, además, quienes cometen actos más delicados tienen que estar
encerrados en celdas lejos de sus compañeros: “- Hola –dijo el Jaguar. No
parecía sorprendido al verlo allí. El sargento había cerrado la puerta, el
calabozo estaba en la penumbra.” (Vargas, 1963, p. 294)
“El abuso y la perversión del sexo,
inclusive con los animales, muestra al adolescente deshumanizado y actuando
como un animal, como un “perro”.” (Arana, 1978, p. 111). El encierro no solo
produce actos de violencia en el Leoncio Prado no solo produce actos de
violencia entre compañeros, sino también con los animales:
Pero no creo que a él le pasara nada con las ladillas y en cambio a la
Malpapeada la fregaron. Se peló casi enterita y andaba frotándose contra las
paredes y tenía una pinta de perro pordiosero y leproso con el cuerpo pura
llaga. Debía picarle mucho, no paraba de frotarse, sobre todo en la pared de la
cuadra que tiene raspaduras. (Vargas, 1963, p. 180)
La violación de las gallinas, de las
llamas, las perras, e incluso ellos hablan de violación hacia sus propios
compañeros (homosexualidad), muestra que la sexualidad de estos adolescentes
está enmarcada dentro de la perversión; el acto sexual se convierte en
demostrar que son hombres (voyerismo) y
pueden llegar a sentir placer al hacerle daño a otro ser, el sentir que son más
fuertes que otros:
Qué brutos, qué brutos, una gallina al menos es chiquita, parece un juego,
pero ¡una llama! ¿Y qué pasa si el Rulos se tira al muchacho? Estábamos fumando
en los excusados de las aulas, bajen las candelas, murciélagos. El Jaguar puja
de alma, parece que lo estuvieran manducando. ¿Ya, Jaguar, salió, salió?
Silencio, que me cortan, tengo que concentrarme. ¿Ya, ya, la puntita? ¿Y qué
tal si nos tiramos al gordito? ¿Tú no lo has pellizcado nunca? Uf. No está mala
la idea, pero ¿se deja o no se deja? A mí me han dicho que Lañas se lo tira
cuando está de guardia. Uf, al fin. ¿Salió, salió?, el muy maldito. ¿Y quién
primero?, porque a mí se me fueron las ganas con tanto ruido que hace. Aquí hay
un hilo para el pico. Serrano, no la sueltes que a lo mejor se vuela. ¿Hay un
voluntario? Cava la tenía por los sobacos, el Rulos le rogaba no muevas el pico
que de todas maneras te lo embocan y yo le amarraba las patas… El Boa se come a
una perra, por qué no al gordito que es humano. (Vargas, 1963, p. 30)
Se ha visto que en el colegio
militar Leoncio Prado se dan diferentes tipos de violencia producto de una
necesidad de unos jóvenes de demostrar que son hombres, el querer ser algo que no se es, lleva a tener
frustraciones que, muchas veces, se convierten en actos violentos hacia los
demás; golpes, insultos, violaciones, todo con el fin de oprimir al otro. No
solo en esta novela de Vargas Llosa se muestra la violencia, también en Los jefes (1958) trata esta temática:
La ciega rebeldía de sus personajes, impulsivos ejecutores de acciones
marginales, delata su soledad existencial. Tributo del neo-naturalismo que se
desarrolla en Perú en estos años, son las diversas manifestaciones de una
violencia generalizada las que aparecen como señales acusadas de un mismo
malestar. El código que lo sustenta sigue los rígidos dictados del honor
machista: la venganza, el castigo, la delación, la prepotencia, conforman
micromundos viciados, regulan las acciones que siempre recalan en la
brutalidad, en el odio. (Morillas, 1985, p. 122)
Ese machismo produce una
caricaturización de lo masculino, una exageración que lleva a los personajes a ser
agresivos y cometer actos salvajes, pero también están quienes detrás de todo
ese caos buscan la verdad sobre el porqué en estas instituciones se miente
sobre lo que realmente ocurre: “Alberto, uno de los protagonistas de La ciudad y los perros, y Zavalita, el
personaje clave de Conversaciones en La
Catedral, tienen el “vicio de la verdad”… no aceptan las mentiras de las
instituciones de la verdad colectiva.” (Cueto, 2008, p.102). Y es que cuando se está en una sociedad
violenta, aparentemente no hay más opciones que ser victimario o una víctima, a
pesar del esfuerzo de unos pocos por hacer las cosas diferentes pesa más el
pensamiento común y la tradición violenta: “En las novelas de Vargas Llosa, la
sociedad, la política, las relaciones amorosas y sexuales, la familia, son
expresados como campos de batalla por el poder.” (Cueto, 2008, p. 114). El
hombre en una constante disputa con el poder, el cual no le permite estar
tranquilo sino que le lleva a tener conflictos sicológicos que expresa
exteriormente, muchas veces, de manera violenta:
En todas las obras de Vargas Llosa percibimos un afán permanente de
proyectar al hombre en conflicto con su sociedad, y es quizá por eso que en sus
cuentos, en La ciudad y los perros, en Los cachorros, y en La
casa verde, muchos de los personajes se identifican, inclusive, con la
nomenclatura de los animales… el mundo es una callejón sin salida, donde los
jóvenes buscan con una lacerante desazón acceder al mundo de los adultos; no
obstante, cuando ellos lo logran, nosotros sentimos que todo ha sido en vano.
El mundo es una trampa sin salida.
Evidentemente, el pesimismo que percibimos en las obras de Vargas Llosa,
caracteriza el mundo interno de su novelística y el externo de la sociedad
peruana. En particular, en La ciudad y los perros el sentimiento
fatalista de la violencia y la inmoralidad se proyectan con amplitud
significativa en el epílogo de la novela. (Arana, 1978, pp. 154-155)
En conclusión, la violencia en La ciudad y los perros se da como fruto de una educación militar
que exige que el más fuerte someta al más débil para poder estar en un buen
lugar o rango dentro de la jerarquía militar; para demostrar que se puede ser
militar y ganarse el respeto de los demás compañeros y superiores, se hace
necesario saber pelear, insultar y guardar lealtad al grupo al que se
pertenezca. La concepción de hombre que se maneja dentro de la obra, lleva a
que los personajes sean más una caricatura de macho, que hombre, teniendo altos
niveles de irracionalidad y cometiendo actos violentos con todo ser que no
pueda defenderse. En un mundo irracional y violento solo se puede pertenecer a
dos bandos o ser víctima o un victimario;
a pesar de todos los esfuerzos que hizo Alberto por lograr justicia en
la muerte del Esclavo, no logró nada, todo siguió igual y volvieron después de
graduados a la misma rutina que es probable que se repita en sus hijos como
dice el epígrafe del epílogo escrito por Carlos Germán Belli: “… en cada linaje
el deterioro ejerce su domino.” (Vargas, 1963, p. 325).
BIBLIOGRAFÍA
Arana, N. (1978). Violencia
en La ciudad y los perros. Michigan: Ed. University microfilms
international.
Cueto, A. (2008). Una
épica de la transgresión. En Mario
Vargas Llosa la libertad y la vida. Lima: Ed. Planeta Perú S.A.
Luchting, W. A. (1978). Mario Vargas Llosa, desarticulador de realidades. Bogotá: Ed.
Colombia LTDA.
Morillas, E. (1985). Mario
Vargas Llosa. En Historia de la
literatura latinoamericana. Bogotá: Ed. La Oveja Negra Ltda.
Vargas, M. (1963). La
ciudad y los perros. Barcelona: Ed. Seix Barral, S.A.
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